One Piece Blue Sky
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Año 230 D.D.G
Tras un periodo de paz el nombre de un sujeto comenzó a surgir entre los piratas hasta hacerse de un renombre mundial… Norman D. Gold, un pirata que en un par de años alcanzó el poder suficiente para consagrarse como un emperador pirata y eventualmente para ser nombrado como rey de los piratas al haber reunido un tesoro inconcebible al cual se le otorgó el nombre de “One Piece”. Durante años el Gobierno hizo uso de todos sus recursos para acabar con este hombre per todo fue inútil y decidieron simplemente dedicarse a contener sus ataques. Gold sin embargo, no parece interesado en destruir al Gobierno o en atacar a sus instituciones, sino más bien en continuar explorando el mundo no conocido estableciendo con su poder una estabilidad no vista antaño en el mundo de la mano de todas las demás facciones. ¿Serás parte del mundo y su avance?. Seguir leyendo...
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Mensaje por Invitado Vie Feb 10, 2017 6:01 pm

Los días pasaban cada vez más lentos. Mi pasado plasmaba una dura realidad de mi. Había sido criada en cautividad, y seguía siendo cautiva hasta ahora, decinueve años después. Nunca me pregunté porqué yo. Ni me hacía ideas lastimosas sobre la realidad. Esa era mi vida. La prisionera eterna, el animal enjaulado. Sin ningún tipo de rencor, seguía mi papel al pie de la letra. El tiempo que había estado entre la "civilización" me había bastado para saber un par de cosas sencillas. Era una caníbal. Podía comer carne humana, y cruda, como la gente normal come una hamburguesa. Sentía peculiar cariño hacía los cartílagos de las orejas, eran mi parte favorita. También la piel de los talones, chamuscada. Me gustaba comer cosas de textura extraños, para la delicia de la gente que me miraba horrorizada. Y siempre me pregunté ¿porqué los seres humanos eran tan curiosos? Pagaban para ver algo que les daba una sensación entre asco y miedo. Sus caras me hacían feliz. Muy pocas veces alguien se acercaba a mi para hablarme de humano a humano. Me tenían días sin comer, para que, cuando toque el show, me tiren trocitos de carne. ¿Y aún así, me preguntaba quien era el más cruel ahí?

Sentía cierta afinidad a los niños. Se veían temerosos, pero mucho más puros que los adultos. De hecho, la última vez que había tenido contacto humano, fue de una niña, que metió entre los barrotes una flor. No veía la carne humana como una necesidad, si no más bien un gusto adquirido. Había vivido toda la vida, alimentándome de lo que fuese. No encontraba mucho sabor en las cosas normales, como verduras y otras frutas crudas. Pero sí en la carne, de cualquier tipo y cualquier preparación. Al parecer, eso me hacía un animal. También estaba este... impulso extraño. Una fuerza que me atraía, y me hacía enloquecer. La sangre. Todo mi cuerpo se movía, sin importar la situación en la que estaba. Ahí, encerrada en aquella jaula, miraba entre los barrotes al hombre que me estaba tirando pedacitos de carne en aquel día. Si tan solo podía agarrarle, no dudaría en hincarle el diente. Había pasado casi tres días sin sostento alimenticio. ¿Es que a caso estaba siendo equivocada al actuar como un felino? Saltaba para agarrar los trozos con la boca, y después me sentaba de cuclillas para comer. Estaba casi esquelética. En aquel entonces no habían muchas cosas que pasasen por mi mente. Me había intentado escapar incontables veces, pero sin mucho resultado. Era algo difícil poder escapar cuando uno está desnutrido y esposado.

Durante diecinueve años, había visto el mundo desde el cautiverio. Me preguntaba si iba a morir así, sin experimentar las cosas que los humanos experimentaban. También notaba como las ganas de matar a todo el mundo a mi alrededor se hacían más fuertes. ¿Qué haría un animal, al escapar de su jaula? Posiblemente correr. Pero estaba bien saber que, aunque era un animal para toda esa gente que me miraba disgustada, había planeado varias veces sus muertes. Aquello que haría si tuviese la mínima opción de escapar. No me importaría morir por intentar luchar. Al fin y al cabo, todo era mejor que estar ahí. Me había revelado varias veces contra "mis dueños". Pero es que tampoco me estaban dando chances de luchar. Más bien dicho, la jaula no se abría nunca. Aquel día no era una excepción. El sol brillaba en la alto, en el reino de Bliss. Había acabado el espectáculo, ahora tocaba relajarme. Normalmente, al comer tanto después de tantos días de hambruna, me entraba en sueño. ¿Cama? JA. Me acababa de poner en posición fetal, en el suelo de madera. Se trataba de una jaula grande, sobre cuatro ruedas, que era normalmente tirada de alguien o añadida como anexo a un coche. La jaula se cubría una vez el show acababa, así que para ser sincera, vivía la mayoría de mi vida, en la oscuridad. Llevaba un camisón blanco, y roto. Me veía desnutrida, con el pelo largo cubriéndome gran parte del cuerpo. La sangre se secaba sobre mis manos, aunque la iba lamiendo para limpiarme. Pronto, la oscuridad lo cubría todo. Sabía que ahora tocaba, de nuevo, dormir.
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Mensaje por Invitado Vie Feb 10, 2017 10:27 pm

Mi viaje en búsqueda de poder y sed de venganza me habían llevado al país de Briss, una ciudad hermosa y próspera. Recientemente se encontraba bajo el mando del gobierno mundial y liderada por nobles, siendo este el sitio perfecto para la conglomeración de esa clase de basura. Ricos que no hacen más que oler y saborear su propia mierda para despreciar después a los "seres humanos inferiores". Definitivamente esa clase de basura era la que más despreciaba además de los criminales que convertían la vida de las personas en una verdadera pesadilla.

Y ese era el principal motivo de mi "visita", puesto que sabía de ciertos comerciantes de esclavos ilegales que se dedicaban a traficar vidas humanas hacia los mismos nobles en el "mercado negro". No era distante pensar que los mismos imbéciles que gobernaban tuvieran esa clase de relaciones con el bajo mundo, es cosa de ver el historial de los famosos Tenryuubitos y sus asquerosos hábitos de tomar vidas humanas como pertenencias. Cualquiera tiene el derecho de dar o quitar la vida de otro, pero el jugar con ella a su antojo, eso sólo lo merecía la persona a la que buscaba y a quien más quería aniquilar.

Caminando por la ciudad a paso lento, con un semblante serio y amenazante, miraba para todos lados, observando cada paso e intentando oir cada conversación de las personas a mi alrededor. Hasta que de pronto, pude escuchar a una peculiar niña hablando con su padre y preguntándole algo bastante peculiar.
- ¡Papi, Papi! ¿Por qué esa nee-chan está encerrada comiendo cosas tan feas? - preguntaba inocentemente mientras que su padre intentaba callarla para que la gente no se diera cuenta de la peculiar "atracción" a la que estaba llevando a su hija. Fue entonces cuando me acerqué rápidamente a ese hombre para tomarlo del cuello de su camisa y levantarlo con fuerza de manera intimidante, mirándolo siempre fijamente con mis dos ojos carmesíes. - ¿Dónde está? - pregunté de amenazante para así sacar una de mis pistolas y apuntarle a la vez que lo mantenía en el aire. Este, implorando por su vida y la de su hija, indicó el lugar donde habían ido hace poco, su hija, llorando, se acercó a su padre luego de que yo lo tirara al piso con fuerza y con desinterés cuando terminó de entregar la información que necesitaba.

- Donde hay esclavos, hay basura. - pensaba a la vez que caminaba ahora a un paso un poco más rápido y sin perder el tiempo hacia la dirección que había indicado aquel hombre. ¿Qué clase de situación llegaría encontrar una vez que llegara? La verdad, no me importaba en lo absoluto, tan solo quería encontrar a sea quien fuese que estuviera traficando esclavos para cobrar la posible recompensa por su cabeza, y si es que no la tuviese, de igual forma habría aniquilado a otro parásito desagradable. Empezaba ya a atardecer, y de a poco podía notar como mi entorno cambiaba, puesto que los edificios empezaban a tornarse más descuidados y pequeños, además la gente vestía de forma más precaria, y con ello aumentaban las personas pidiendo limosnas, borrachos, drogadictos y prostitutas. Ya estaba llegando, fue entonces que pude ver unas cuatro o cinco tiendas de campaña de gran tamaño, a las afueras, podía ver hombres sospechosos llamando y acercando a la gente que se encontraba alrededor para mostrar lo que parecía ser un espectáculo. ¿El circo? No, no parecía ser eso. ¿Habrían capturado algún animal exótico? No sentía ningún aroma ni rastro de animales, por lo que también descartaba la idea.

Para mi sorpresa y, al mismo tiempo, desagrado, pude ver a medida que me acercaba que retiraban desde atrás de una de las tiendas de campaña varias jaulas con ruedas en su base, transportaban algo. A medida que me iba acercando, la imagen se iba haciendo más clara.
- Tch... Maldita basura... - escupí hacia un lado para ver cómo los hombres sospechosos o criminales exponían al público esclavos en condiciones críticas, a los cuales lanzaban carne cruda, estos reaccionaban de forma irreconocible, puesto que parecían animales salvajes. Por alguna razón, la atención se concentraba en una chica de cabello largo y grisáceo, quien parecía ser la que en peor estado se encontraba. No iba a dejar que esto se quedara así, no iba a dejar que semejante escoria se saliera con la suya, obteniendo dinero de esa forma jugando con la vida de las personas. Por ello, esperé a que cayera la noche para actuar.


La media noche cayó, y con ello, mi ataque hacia esos bandidos contrabandistas de esclavos. Esos enfermos merecían lo peor, los haría sufrir para luego intercambiar sus vidas por la misma suma de dinero que habían obtenido, y no solo eso, planeaba quitarles todo. Arrunaría sus vidas. Fue por eso, que, en un acto temerario, me acerqué sigilosamente hacia donde se encontraba la única persona haciendo guardia para así golpearle fuertemente en la cabeza con una de mis pistolas, noquéandola al instante. Ahora, solo quedaba seguir mi plan. Y, aprovechando que estaban todos durmiendo, me acerqué a una fogata que tenían ellos encendida para así tomar un palo a medio quemar con una punta completamente encendida en llamas para así acercarla con rapidez a cada una de las tiendas de campaña para así empezar el infierno. - Acabaré con cada uno de ustedes, insectos. - sonaba mi voz con fuerza y con eco, haciendo que todas los criminales y esclavos que, producto del fuego, se despertaban completamente asustados corriendo por sus vidas y saliendo de las tiendas de campaña, todos armados buscando al responsable.

Sin embargo, no me encontrarían, puesto que, desde la oscuridad de la noche, me encontraba al acecho cual depredador hambriento, determinado a acabar con la vida de las presas que tenía frente a mi. Por ello, disparos empezaron a escucharse, y con ello, la vida de la quincena de hombres a cargo del contrabando de esclavos empezaba a disminuir a medida que los segundos pasaban. Con cada vida que cobraba, procuraba moverme sigilosa y rápidamente para no ser descubierto tan fácilmente y para que los sonidos de mis pistolas no delataran mi posición. El fuego, el sonido de los disparos y los gritos de dolor de sus captores que caían como moscas sería posiblemente para aquellos esclavos una sinfonía maravillosa, un canto a la esperanza.
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Mensaje por Invitado Sáb Feb 11, 2017 7:36 am

Musiquita para ambientar c: :
Desde los barrotes, había visto montones de cosas y escenas. Estábamos en el Reino de Briss desde hacía cuatro años. Ahí, parecían ganar bastantes berries, algo que los humanos usaban para comprar y vender cosas. Era como un intercambio. Estúpido, en verdad, porqué a veces pensé que podrían haber intercambiado cosas reales, pero en verdad eso no atraía mi atención para nada. En aquellos años, desde que me enseñaron la luz, había cambiado de dueños reiteradamente, a cambio de muchas monedas. Curiosos que estaban dispuestos a pagar cinco berries por verme comer. En aquellos entonces no era muy diferente a un animal, aunque tampoco podría decir que había visto uno de cerca. Podía sentir sus respiraciones cuando algunas jaulas cubiertas pasaban por al lado de la mía, pero en verdad no veía mucho. Debían ser seres grandes, y peludos. Su corazón iba más rápido que el de los humanos, lo había sentido muchas veces. Y la sangre, algo más amarga. La carne tenía una textura diferente, aunque claro, eso dependía de la edad, igual que en los humanos. Los bebés tenían un sabor dulce, y la carne se deshacía en la boca, aunque tampoco había comido uno desde que tenía alrededor de cinco años. La mujer que me había "criado", solía traerme algún que otro cuerpo pequeño, a veces ya mordido por alguien más. O quizás solo un trocito. No nos comunicábamos, pero siempre sabía lo que estaba intentado decirme.

No puedo decir que me gustaría volver a verla, porque al fin y al cabo ella fue la que empezó toda aquella historia. Ella fue la que me encarceló cuando tan sólo era una bebé, y me había tenido prisionera. Me iba a enterar algunos meses después, tras escuchar una conversación de unos marines. Y sí, de un lado para otro. Algunos me llamaban esclava, pero ¿era en verdad yo una esclava? La verdad es que lo hubiese preferido, así tendría alguna oportunidad contra ellos. Pero era mucho peor. Era una prisionera. No podía salir, ni tenía ningún tipo de actividad. A parte de hablar y jugar con las voces de mi cabeza. ¿Cómo no me iba a volver loca? Atraía las miradas de todo el mundo, pero ninguna en concreto. Y sigo insistiendo, los humanos me estaban sorprendiendo. Pagaban para mirarme, pero la mayoría no lo aguantaban. El hecho de que alguien vomite casi a tu lado mientras comes, quizás te cortaría el hambre, pero yo no tenía ese tipo de problemas. Debía aprovechar a comer, en ese momento, como fuera. Sabía que cada tres días había show. Había aprendido bastante de sobre escuchar conversaciones ajenas. Desde los invitados, a los mismos "cuidadores". A veces respondía, sólo para hacer que su piel se erizase. ¿Cómo era hablar con tu esposa en la calle, y que de pronto, una voz proveniente de una jaula cubierta, te respondiera.

Pero, si ese era mi plan para escapar, iba muy mal encaminada. Había descubierto algo. Los humanos, se dejaban llevar por los sentimientos. A veces, intentaba imitar el comportamiento de algunos niños que había visto en los shows, pero obviamente, nadie me miraba. Todos querían ver lo que habían visto hasta ese entonces. Si lo pienso bien, la verdad es que lo sigo haciendo. Imitar a niños, o a otras personas que veía o conocía. No tenía un comportamiento definido, porque yo, en realidad, no era nadie. Lo único que se había formado en mi en aquellos momentos era el instinto animal, que perduraría en mi vida hasta en el presente. Aparte de eso, todo era pasajero. A veces soñaba, bueno, la mayoría de las veces había un amalgamo entre el sueño y la realidad. No lo diferenciaba mucho, aunque intentaba quedarme lucida,al máximo. Como en aquella noche. No tenía ni idea si estaba soñando, o era realidad. ¿Había despertado? A veces estaban estos sueños extraños, de los cuales no podía despertar. Sabía que era un sueño, pero por mucho que me esforzase, no podía despertar. Pero, aquella noche parecía normal. Sólo que... demasiado agitada. La Ciudad del Sol era sumamente tranquila de noche, a diferencia de otras ciudades en la que había estado en el pasado. No puedo hablar mucho de los aspectos que habían fuera de los barrotes, pero allá donde mi vista alcanzaba, todos dormían pacíficamente todas las noches.

Sentía un calor sofocante. Debía de estar en un sueño, porque la poca grasa que se encontraba debajo de mi piel, supuraba en forma de sudor. Empecé a mover mis extremidades agarrotadas. Estaba en la oscuridad del velo que cubría mi esquisita jaula, pero podía sentir la luz de una llama. Fuego. Me levanté asustada. No era imbécil. Si algo gordo iba a pasar, los cuidadores iban a huir para salvar sus vidas primero. Estaba amerced de lo que los humanos llamaban, el destino. Me incorporé y tomé la tela entre mis dedos delgados, rasgándola con los dientes hasta hacer un agujero considerable. Por un momento, se escuchó su voz, pero aún no sabía bien como distinguirla entre los gritos. Pensar que ahora sería capaz de reconocerla en el mismo infierno, entonces, tan solo se trataba de algún loco que gritaba en el medio de la oscuridad. No podía saber en que momento las cosas tornarían en un rumbo tan dramático. Con entusiasmo, rompía la tela por completo, dejando mi jaula a medio descubrir. Mis ojos azules brillaban en la oscuridad, con un destello de emoción. Sí... eso era... todos iban a arder esa noche. Cogía el dedo índice dentro de mi boca, jugando con la uña larga y descuidada entre mis dientes. Sonreía, si algo recuerdo de aquella noche era lo feliz que estaba. Pronto, una risita juguetona se materializaba entre los gritos de aquellos que intentaban escapar, pero, por suerte, no tendrían oportunidad.

¿Sabes como mira un niño una obra de teatro llena de ilusiones? ¿Magia? Sí, exactamente, mi mirada se perdía entre las llamas mágicas que el había causado en aquellos entonces. La destrucción. La verdad es que no podía esperar un final más dulce que aquel. Pero espera. ¿Estaba dispuesta a morir? Por muy mala que habría sido mi vida en aquellos momentos, nunca me había planteado el morir. ¿Porqué iba a morir yo, si los que realmente merecían la muerte eran ellos? Quería sobrevivir. Tenía que vengarme. Si no iba a ser de ellos, será de sus próximas generaciones. Nadie tenía que sobrevivir, no se habían ganado esa posibilidad. Pronto, caerían uno por uno, bajo los balazos que provenían desde la oscuridad. Miré de manera asustada. La risa perecía, mientras que me agarraba a los barrotes y paseaba por mi jaula para tener una visión extendida de los hechos. Espera... no... no los mates. ¿Porqué mataban a mis presas? El humo se hacía intenso, y ya que había descubierto mi posición, penetraba entre los barrotes de forma libre, haciendo que mi respiración se empeorase. Pero aún así, mi semblante era serio. Me pregunté un montón de cosas en aquellos momentos, y hasta tenía algo de rabia. Pero más que nada, quería pararle. - ¡No, no no! - me agarraba el pelo moviendo la cabeza de un lado para otro. Los había matado a todos... mis presas...

Me puse de cuclillas mientras miraba sin poder hacer nada. Aún así, el panorama era lindo. Los cadáveres brotaban sangre desde las entrañas, y podía sentir el olor a carne chamuscada. Olisqueé un par de veces, intentando diferenciar el aroma entre tanto humo. Mi cuerpo débil perdió el equilibrio, y quedé con la cara apoyada sobre el acero caliente. Veía como uno de los cuerpos se hallaba justo delante mío, pero demasiado lejos para alcanzarle. Me fijaba como su último aliente se escapaba de su boca asquerosa. El agujero de su cabeza perdía cada vez más líquido. Sangre. Mi lengua empezó a lamer el barrote, mientras que la mano se extendía en un intento fallido de alcanzarle. No quería verlo, pero en realidad, la que se estaba muriendo poco a poco, era yo. El humo había llenado un gran espacio en mis pulmones, y a simple vista, toser no ayudaba mucho. Me intenté levantar. El pelo me cubría por completo el cuerpo hasta la cintura. El camisón blanco dejaba ver mis piernas esquelétias, cubriendo lo justo y necesario. Quería alcanzar aquello que se llamaba puerta, pero obviamente el candado estaba ahí. No quería morir. Al menos no así. Había sido privada de libertad toda mi vida. Mi sangre, aunque poca, corría con la sed de venganza. Podía entrever una sombra acercándose, pero no veía mucho. El fuego se había extendido hasta querer entrar en mi jaula. Mis manos se acercaron para tocar el rostro desconocido, aunque estaba ahí como una niña a la que le habían castigado.
- Daddy... - susurré, aunque no era mi voz. Era alguna de esas voces que había escuchado en algún momento de mi vida. Realmente, no tenía nada que me definiese, ni siquiera un nombre propio. No sentía la madera que había bajo mis pies. No quería morir pero no podía evitar que mis ojos se cierren. Era hora de dormir, para siempre.
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Mensaje por Invitado Sáb Feb 11, 2017 9:24 am

La vida de aquellos esclavistas se apagaba de una sola vez a medida que las llamaradas se intensificaban. La desesperación les inundaba, disparaban, gritaban e insultaban a algo que no podían ver. Era lo mínimo que merecían, pasar sus últimos momentos de vida inundados por locura, confusión, desesperación y muerte. Podía imaginar peores cosas para esa basura, pero era todo lo que finalmente quedó uno con vida, este, arrodillado y llorando se había entregado a su destino. Al notar esto, abandoné las sombras para hacerme visible ante los que aún estuvieran conscientes. Se podría ver mi cuerpo iluminado por las llamas, mis ojos carmesíes brillaban con intensidad, al mismo tiempo podía verse como tenía algunas heridas de bala no letales, tanto fuego enemigo era simplemente imposible de esquivar en su totalidad. - ¿Q-QUIÉN ERES? - exclamó la última persona con vida, entre frustrados llantos, puesto que sabía que no valía la pena implorar por su vida.

- Basura como tú no tiene siquiera el derecho de preguntar eso. - le dediqué esas últimas palabras llenas de frialdad, ira y crueldad, para así posar mi pistola sobre su frente y jalar el gatillo. El último disparo resonó entre las llamas, y con ello, el fin del sufrimiento de todos los presentes. Ahora, podría llevarme la cabeza de cada una de estas escorias para ver si valían algo, aunque eso ya no me importaba, puesto que la sed de sangre ya había sido saciada.

Pero fue entonces, que escuchaba gritos, lamentos y llantos entre el fuego abrasador. ¿Sobrevivientes? Claro, los esclavos que seguían en sus celdas. ¿Debería dejarlos vivir? ¿O ser consumidos por el fuego al igual que su orgullo y sanidad lo fueron? Casi como una especie de señal, aquel último hombre que había asesinado tenía un manojo de llaves atado a su cinturón, ante esto no pensé mucho, lo tomé y empecé a caminar a paso rápido hacia cada una de las celdas que veía. Cual gran salvador, liberaba a cada uno de los esclavos, estos no sabían como reaccionar, se quedaban casi parados dentro de las mismas celdas.
- ¡IMBÉCILES! - exclamé con furia a los confundidos presentes y disparando un último tiro hacia el cielo. - ¡SI NO QUIEREN VIVIR YO CON GUSTO ACABARÉ CON TODOS USTEDES! ¡HUYAN COMO LA BASURA SIN ORGULLO QUE SON! - seguía gritándoles, haciendo que estos reaccionaran de golpe entrando en un mar de lágrimas para así correr con la poca energía que tenían y perderse entre la oscuridad. - ¡HUYAN Y VIVAN! - terminé por gritar de manera desgarradora, dando un bizarro y brusco de mensaje de esperanza para los que ya se habían ido del lugar.

Pero algo no andaba bien, aún me quedaba una llave por usar, faltaba una celda más que abrir. El tiempo se agotaba, puesto que el humo se intensificaba y se hacía cada vez más difícil respirar. Mis heridas de a poco empezaban a pasar la cuenta y me energía se agotaba, fue entonces que apuré mi paso en búsqueda de la última celda. Ahí fue cuando vi una a medio cubrir con una tela, esta misma se estaba incendiando. Sin miedo, la retiré, llegando a quemar mis manos para así ver a una joven de cabello gris, en deplorable estado. Esta intentaba alcanzar mi rostro diciendo unas palabras que no llegaba a oír del todo, posiblemente por su debilidad o por el caos que había ocasionado.
- Tch... Maldita sea. - comenté un tanto frustrado y molesto para así abrir la jaula de la mujer cautiva, retirarla con lo que me quedaba de fuerza para así tomarla en mis brazos y alejarme del lugar antes de que llegaran las autoridades. Ahí, fue cuando su débil y enflaquecida mano alcanzó mi rostro, era increíble que aún se encontrara con vida.

Las llamas seguían su curso, y mi silueta combinada con la mujer que tomaba en mis brazos se perdían en la oscuridad de la noche. Decidí llevarla al lugar donde estaba hospedándome, era una taberna que se encontraba a unos pocos kilómetros de donde había ocurrido todo. Mientras la cargaba cual doncella, podía escuchar levemente su respiración, seguía con vida. Ahora sólo quedaría esperar hasta que despertara y curar sus heridas. ¿Yo iba a ser eso? Claro que no, le pediría al viejo de la taberna que lo hiciera y que de paso hiciera algo con las mías. Una vez en el recinto, subimos las escaleras, acompañados de un aterrorizado dueño de la taberna quien estaba siendo amenazado por mi pistola para que nos curara a ambos.

La noche siguió su curso y la mujer de blanquecina piel yacía en mi cama. Por otro lado, estaba sentado a unos pocos metros de ella en una silla junto a un escritorio donde se encontraba una botella de vino que bebía de vez en cuando, esperando hasta que la mujer volviera en sí. ¿Qué pasaría después de eso? No tenía puta idea. Pero sin duda sería mejor que la mierda de vida que se encontraba viviendo la desnutrida mujer de cabello grisáceo.


Última edición por Donner Bestatter el Sáb Feb 11, 2017 2:26 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Invitado Sáb Feb 11, 2017 10:09 am

Aún no podía saber si se trataba de una realidad o de un sueño. Estaba atrapada en una jaula, pero había salido. No sabía como debería tomármelo. Estaba algo asustada, pero feliz. Aún así, intentaba moverme, pero no podía. Mi cuerpo parecía mermado por alguna extraña razón. Parálisis. Intentaba moverme con libertad pero no parecía tener ningún efecto. Estaba parada en la nada. De pronto, el fuego lo cubría todo, y una sensación de pesadez se me ponía en los hombros, haciéndome caer infinitamente. Podía sentir extraños cosquilleos sobre mi pierna. ¿Estaba lloviendo? No podía diferenciar mucho, ya que había perdido sensibilidad en algunas partes de mi cuerpo. Suspiré un tanto, aunque dudaba que eso se había plasmado en la realidad. Mis ojos se abrían lentamente, para ver un hombre viejo y gordo, sentado junto a mi. Pensaba que aún estaba en la jaula. La verdad es que no había tenido tiempo de despertar del todo. No sabía lo que estaba pasando a mi alrededor. El hombre era un desconocido, no pensaba haberlo visto anteriormente en mi vida. O eso era lo que parecía. Aún así, mi cuerpo estaba débil. ¿De ser esta mi oportunidad de escapar, y no poder pelear, qué pasaría? Me intenté tomar un poco de tiempo para despertar mejor. Cerré los ojos de nuevo. Era la primera vez que me tocaban. El hombre parecía curar mis heridas. Y algo más. Una de su mano se acercaba peligrosamente a mi muslo, sitio donde podía sentir que no tenía ningún tipo de herida.

Intenté guardar la calma, aunque curiosamente no me sentía repudiada. Si ese sería el precio que debía pagar por la libertad, que así sea. Mis instintos animales habían despertado lo peor de mi. No sabía nada por aquel entonces. Estaba confundida. Aunque tampoco sé mucho hoy en día, pero tengo muchas nociones básicas. Intentaba planear mi ataque. No quería perderme la única oportunidad que tenía, en mucho tiempo. Pero mis sentidos parecían notar algo diferente. Aquel sitio... era diferente. La madera sobre la que antes dormía, era increíblemente suave. Su mano se acercaba de manera peligrosa. Ese era mi momento. Estaba totalmente despistado. Con un movimiento rápido, aunque carecía de fuerza, me conseguí situar encima del seboso y arrugado hombre. Podía sentir como se había excitado con el simple tacto. Mis ojos brillaban con fuerza, mientras notaba el pavor en su mirada. Lo había asustado. No iba a perder más tiempo, así que mi boca buscó y encontró su oreja, a la cual agarré y estiré con ganas, hasta que esta se separó de su cabeza redonda, quedando colgada de mi boca. La sangre pronto iba a cubrirlo todo. Mi mente había quedado inutilizada por un segundo. No sabía donde estaba, ni que hacía ahí. ¿Era un sueño? Empecé a masticar la oreja. Tenía hambre, y sed. Pero aún así no lo había hecho por la necesidad, si no por unas locas ganas de libertad.
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Mensaje por Invitado Sáb Feb 11, 2017 8:57 pm

Ya lo peor había terminado, o eso pensaba, puesto que el gordo dueño de la taberna se había encargado de cuidar las heridas de ambos. Sin embargo, este de manera sospechosa se había quedado cerca de la chicaa para seguir curando sus heridas, confiando en lo que hacía dejé que siguiera, puesto que desde el ángulo en el que me encontraba no notaba el acto repugnante que se encontraba haciendo el viejo arrugado. Mientras miraba con detenimiento lo que hacía, tomaba vino de la botella sin muchos modales, estirándome levemente poniéndome cada vez más cómodo. Podía sentir cómo mis agarrotados músculos tomaban su forma original, al igual que las heridas de bala se abrían ligeramente debido al estiramiento de mi piel, lo cual causaba un dolor agradable.

Pero entonces, mis ojos que se encontraban cerrados se abrieron de golpe al momento de escuchar el grito desgarrador del viejo de la taberna al ser atacado por la joven de cabello gris. Esta, de un mordisco, le había arrancado la oreja, haciendo que la sangre del hombre gordo fuera desparramada por toda la habitación. El viejo cayó al suelo, tomándose la zona de la herida y retorcerse de dolor ahí mismo. ¿Mi actuar? No hice absolutamente nada por el hombre, tan solo me dediqué a observar como masticaba hambrienta la oreja del sujeto y como la sangre de la misma se derramaba por toda su boca y ropa. Ante tal escena no sentí mucha sorpresa, puesto que aquella joven había sido expuesta a todo tipo de situaciones anormales, a las que cualquier ser humano ordinario ya habría abandonado toda esperanza, orgullo o fuerza para luchar. Pero ella no, ella seguía luchando hasta el final. Me agradaba.




Por ello, tomé una bandeja que estaba en el mismo escritorio donde estaba sentado bebiendo para así ponerme de pie y acercársela. La bandeja tenía una hogaza de pan, un estofado y un vaso de agua que habían llevado a la habitación hace poco, por lo que la comida aún estaba humeante. Pasé por encima del gordo pervertido, a quien sin querer pisé el rostro, para así dejar la comida encima de su cama. La joven aún se encontraba encima del gordo que seguramente había hecho algo que no debía, así que no me importaba en lo absoluto que llegara a pasarle.


Acto seguido, me senté en la cama ya ensangrentada, volviendo a beber de la botella de vino para así mirar de reojo a la mujer. - Te aseguro que esto es mejor que la mierda que estás masticando. - le respondí con mi tono de voz serio y grave de siempre, volviendo a dar otro sorbo a la botella de vino para así finalmente acercar aún más con mi mano libre la bandeja con comida y agua. - Come. - terminé por decirle con el mismo tono y ahora con un aire un tanto indiferente. La chica podía comer si lo deseaba, era su opción, no la iba a obligar. Pero no mentía, cualquier cosa era mejor que estar masticando carne humana, en especial la de un gordo horrible.

El olor de la comida podía sentirse ahora por toda la habitación, y con ello, el gordo se intentaba escabullir d entre las garras de la intrépida mujer de cabellos grisáceos. El viejo estaba llorando del dolor, aún con una de sus manos tapando la herida que había dejado la ex-esclava. Y por ello, antes de que este se fuera, le dediqué unas últimas palabras. - Si llamas a la marina, te mataré. - le miré con mis dos ojos carmesíes amenazantes y fríos, demostrándole que no mentía si es que hacía semejante tontería. El viejo simplemente asintió con la cabeza y se fue a curar la herida que tenía. Finalmente, la joven tenía la opción y la oportunidad de reencontrarse con una vieja conocida e incluso algo que jamás había tenido en su vida: un trato humano. La comida estaba a su merced, no era carne humana, no era carne podrida o de orígenes desconocidos, era comida para una persona. Aquella esclava había muerto en las tiendas de campaña en el incendio que provoqué junto a sus captores, ahora, empezaba la vida de una persona.
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Mensaje por Invitado Dom Feb 12, 2017 12:13 pm

Todo pasó demasiado de prisa. Masticaba la oreja con ganas, y su textura provocaba una sensación agradable, pero había más. Más que el gordo y su oreja, más que nosotros. Había un hombre, y el escenario parecía el de un sitio cerrado. Nunca había estado en un dormitorio en mi vida, así que aún masticando la oreja, toqué la suavidad de la cama. En esos momentos, parecía algo así como un sitio para princesas o gente rica, aunque ahora sé que no lo era. Todo era diferente, extraño pero a la vez bonito. La habitación tenía multitud de cosas que no sabía para que servían. Mis ojos paseaban por el sitio, admirándolo. Estaba en un cuento, sin duda alguna. Me incorporé un poco mientras que el hombre parecía amenazar al viejo, que se acababa de ir de aquel sitio. ¿Estaba siendo prisionera de nuevo? ¿Había cambiado de dueño? Pero, no habían esposas ni nada de eso. Mis manos se sentían... extrañamente libres. Ligeras. Llevé una de mis extremidades al frente, y la admiré a la luz de la bombilla. Las huellas de los grietes que llevé durante incontables años, eran visibles. Aquello, era real. Por más que intentaba recordar lo que había pasado aquella noche, no lo podía recordar. De mi pasado, sólo habían pinceladas inciertas. Me sentía ajena a todo aquello, pero de alguna forma bien.

El hombre que se quedó en la habitación era diferente a todas las figuras que había visto hasta en esos momentos. Mi mirada se fijaba en cada uno de sus gestos. Intentaba ser bueno, más no lo era. Estar encerrada tanto tiempo, te dejaba con muchísimos minutos para analizar a los demás. Y había llego a poder leer a alguien, con una sola mirada, aunque no era buena relacionandome, o eso pensaba. Nunca había tenido la oportunidad. ¿cómo saldría mi voz? ¿Cómo debería hablar? Por un momento, no dije nada. Esperaba que el moreno hablase. Su estatura era enorme, más grande que la mía, y muchísimo más varonil, aunque por mi parte, podría decirse que no estaba en mis mejores momentos. Hasta llevaba heridas de quemaduras. ¿Qué demonios pasó antes? Aún así, todo aquello era hermoso. Aquella habitación, fuese donde fuese, me había parecido, por un segundo, el sitio ideal. Él se acercaba a mi con naturalidad, de alguna manera no pude oler el miedo dentro de aquella persona. No sentía miedo al verme, ni estaba sorprendido. Actuaba con total naturalidad. Su aura era normal, como la de los humanos cuando se acercan y se acaricían a si mismos. Seguramente, eso me ha sorprendido más que aquella habitación.

Me ofrecía comida. Había comido comida cocinada en el cuartel de la marina, y con algún que otro dueño. No estaba mal. ¿Mi preferida? Los dulces. Me daban una sensación de energía que no conseguía mucho. Era diferente de la sangre, era pura energía que corría por las venas y me ponía de buen humor. Pero olisqueé indecisa los platos. No, aquello no era dulce. Pero igual serviría para calmar mis ansias. No lo sabría en esos momentos, pero desde ese punto, pasaría una semana entera comiendo. Cuando veía comida, me agarraban los miedos de "y si no tendré esa oportunidad nuevamente", así que no podía parar hasta que el dolor de barriga se hacía muy intenso. Metí el resto de la oreja en mi boca, y la mastiqué, sin hacerle caso al hombre. ¿Porqué iba a tirar comida que me gané? Me había colocado a cuatro patas sobre la bandeja de comida. Supongo que al no tener mucho contacto exterior, había quedado con cierto comportamiento. Mi lengua tocaba los platos, a los que lamía como si fuese un gato. No había reaccionado en esos momentos, pero la verdad es que sí podía comportarme más humana. Me habían enseñado en la base marina, a ser un poco más normal. Habían pinceladas, pero el panorama completo no.

Aún así, intenté comer como mejor pude. No quería manchar esas telas finas que la cama poseía. Me gustaba estar en la cama. También pasaría ahí mucho tiempo, recuperándome, aunque tenía muchas ganas de salir al exterior. Me senté un poco, para tomar el pan en mi mano y empezar a estirar con los dientes de ahí. Mi pelo cubría casi toda la cama, aunque el camisón sólo hacía su función básica. Estaba sucio, y yo estaba sucia también. Mis manos estaban un poco manchadas aún de sangre. Poco a poco, recobrara la consciencia humana. Quizás comer en realidad había ayudado más de lo que esperaba. Intenté esconder la mano detrás de mi. Estaba con una persona que no me tenía miedo, no podía cagarlo. Y aún así tenía miedo de que decir. Seguramente eso definiría el futuro. Me daba miedo no hacerle temer, aunque de alguna forma no parecía ser el tipo de persona asustadiza. Me intentaba limpiar ambas manos sobre la tela que cubría mi cuerpo. Había una gran parte de las sábanas cubiertas ya por sangre. Y entonces, realicé lo que había hecho. Había mostrado mi verdadera naturaleza antes de poder mostrar aquello que quizás era humano en mi. Me froté los ojos con mis muñecas, y tocaba mi cara con mis puños, como un animal avergonzado. No podía decir nada, sólo retirarme en un rincón, con mis piernas tocando mi pecho. No le tenía miedo, pero sí temía que la persona que me había salvado, me vería como un animal. Aún así, no paraba de actuar como tal, en todo aquello que hacía. Aunque asustadiza, seguía siendo aquello que era. Un felino.
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Mensaje por Invitado Dom Feb 12, 2017 4:35 pm

Por más que le ofrecí comida de verdad a la mujer, esta no hizo caso de mis palabras y terminó por tragar la oreja del viejo. Ante esto simplemente suspiré cerrando mis ojos, intentando no perder lo poco y nada que tenía de paciencia. Acto seguido, la joven se acercó a la bandeja, poniéndose sobre esta en cuatro patas cual animal salvaje para así empezar a lamer el plato de comida casi como si estuviera conociendo terreno desconocido. Finalmente, intentó comer de la manera más humana posible, llegaba a darme cuenta que realmente no tenía ninguna clase de modales, o si los tenía estos estaban muy sumergidos en su inconsciente.

Acto seguido, la joven se sentó para tomar la hogaza de pan para empezar a comerla de a poco y a arrancar pedazos con sus dientes. La escena era conmovedora, una mujer comiendo quizás por primera vez en años comida de verdad, teniendo contacto real con alguien más que se encontraba tratándola, si bien sin mucha cortesía, como una persona. De pronto, la joven empezó a actuar de manera extraña, un tanto temerosa y avergonzada, puesto que, cual felino, usaba sus muñecas para limpiar sus ojos y sus puños para tocar su cara para así retirarse hacia un rincón, llevando sus rodillas hacia su pecho.

Quizás podía entender lo que le sucedía a la joven de cabellos grisáceos, había vivido mucho tiempo en cautiverio, siendo objeto de burla, morbo e incluso terror para aglunos. Y de pronto, de un momento a otro, se le estaba tratando como a una mujer normal. Suspiré, para así tomar un poco de la botella de vino para levantarme de la cama y caminar hacia su posición, no sin antes llevar la hogaza de pan que se encontraba a medio comer. Su actitud me recordaba a una gatita desconfiada, lo cual llegó a recordarme el cierto amor que les tengo a los felinos.

Me senté a su lado izquierdo, sin miedo, con confianza y mirando hacia un punto fijo con mi semblante serio y amenazante de siempre para volver a darle otro sorbo a la botella de vino que de a poco llegaba a agotarse. Por ello, dejé la botella a un lado. Entonces, y demostrando quizás una conducta que no había tenido en años, puse mi mano con la que había dejado el vino sobre su cabeza, moviéndola de lado a lado intentando simular un suave cariño, pero este a decir verdad, era levemente brusco debido a mi clara falta de tacto con la gente. Finalmente, acerqué la hogaza de pan que se encontraba a medio comer, esperando que dejara esa actitud de lado y de que podía confiar en mí, después de todo, había sido yo quien la había salvado.


- Puedes comer cuando quieras y lo que quieras, puedes beber lo que se te de la puta gana, puedes acabar con la vida de alguien, como salvarla. Maldición, incluso el arrancar la oreja de ese viejo de mierda también es posible. - empezaba a hablarle con un tono de voz grave, serio, un tanto ronco y llegando a sonar indiferente. A decir verdad, era la primera vez en mucho tiempo que hablaba tanto con otra persona. - Puedes hacer lo que se te de en gana, ya eres libre. - terminé por decirle de la misma manera, esperando su reacción, siempre mirando hacia la nada manteniendo la hogaza de pan frente a ella para que continuara comiendo y dejara de desconfiar.
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Mensaje por Invitado Dom Feb 12, 2017 6:31 pm

No sabía que pasaba conmigo. Estar tanto tiempo encerrada seguramente afectó mis sentidos. Me sentía poco más que un felino, aunque la parte racional de mi sabía como comportarse. Era como un instinto primitivo que debía dejar salir en aquel momento, se veía todo tan nuevo, que me inhibia el lado racional y me hacía actuar como si fuese un... ¿gato? Aún así, él seguía sin sorprenderse. Quizás si que había sido un shock lo de la oreja, pero no lo podía controlar. Por lo menos, no en ese momento. Mi cabeza se veía abrumada ante tantas cosas nuevas, aunque me gustaban, necesitaba tiempo para asimilar todo aquello. Necesitaba tiempo para asimilar el hecho de que, por lo visto, estaba libre. ¿Libre? Es que acaso existía esa posibilidad para mi? El moreno se acercaba a mi. Me daba miedo, pero por lo desconocido, no por el hecho de que su aura maligna en realidad representase un peligro para mi. No sabía que me iba a hacer. O si me iba a hechar de ahi. ¿Acaso era mi nuevo dueño? aún no lo sabía. Me sentía algo apenada por como reaccionaba. También por mi aspecto. No parecía humana y aún así, él se me estaba acercando.

Habló. Cuando lo hizo, sí supe que sería una voz que reconocería donde fuera. Sabía que era, de alguna forma, mi salvador. Aunque esa quizás no había sido su deseo, pero me había salvado. Me había dado algo con lo que había soñado durante 19 años. Libertad. Una vida nueva. Ante sus palabras, no pude hacer más que quedar en estado de sorpresa, y bajar las manos que habían sobre mi rostro. ¿Eran a caso las manos de una humana? Los nudillos se marcaban, demasiado delgadas, y las uñas demasiado largas y descuidadas. Justamente la apariencia de un animal. Y aún así, él me hablaba como una persona normal, diciendo aquello que yo esperaba escuchar. Era libre. Él extendía el pan hacía mi. Debía comportarme como una persona normal, pero aún así... El instinto era básico. Me estaba diciendo que podía hacer lo que me diese la gana. Pero ¿qué era lo que quería hacer? Alguien que no tenía personalidad, ni valía nada. Nunca había estado más allá de mis jaulas. ¿Qué quería hacer? Aún así, estaba un poco desconfiada. Olisqueaba el pedazo de pan, para morder un poco mientras aún estaba en su mano. Entonces supe que me estaba dando algo bueno. ¿Era un premio? Sonreí por primera vez en mucho tiempo. Su mano había tocado mi asqueroso y lacio pelo, moviéndolo de un lado para otro. Sonreía más.

¿Había hecho un amigo? ¿Qué pasaba cuando recogías un perro de la calle y le mostrabas algo de humanidad? Te seguiría sin importar nada. Y la verdad es que, en ese momento, era justo lo que había decidido. Seguirle. No importaba lo que pasaría. No tenía a nadie más, no había nadie más allá para mi. Él era el único ser viviente que existía en ese momento para mi. Podía notar como su cuerpo también había sido herido. ¿Qué pasó aquella noche? No recordaba mucho en aquel momento, pero más tarde si que lo haría. Donner se iba a convertir en la única persona que no me permitiría desobedecer, tanto tiempo que me dejaría estar a su lado. Hice contacto con su mirada durante un breve momento, encorvando mis ojos a medida que sonreía de manera larga. Era la primera vez para mi, y el momento era simplemente perfecto. Llevé la cabeza a su pecho, donde me frotaría un par de segundos, buscando el calor ajeno. Había muchas veces que lo hice con animales, pero con un humano era ligeramente diferente. Su corazón latía diferente. Aunque también sabía que los humanos eran traicioneros. Mucho más que los animales. Casi siempre. No me importó en aquel momento, o más bien no pensaba en cosas negativas. El hecho de que él estaba ahí, lo merecía todo.

Bajé la cabeza, siguiendo frotándome, hasta llegar a apoyarla sobre sus muslos, quedando con las piernas y las manos arriba, contorsionando mi cuerpo como un último instinto primitivo.
- Quiero estar contigo. Para siempre. - contesté a lo que él había dicho, que podía hacer lo que quisiera. Eso era lo único que deseaba. Por ahora. Pronto encontraría que mi segunda meta, sería matar. Mi voz era seria, la sonrisa había desaparecido por completo. Estaba seria. Aparte, esa era mi verdadera voz. Quizás nunca más la volvería a escuchar, pero sabía que era lo que debía hacer en esos momentos. Intentaría hacer contacto con su mirada, desde abajo. - Quiero que me enseñes todo lo que debo hacer para seguirte a donde vayas. He estado encerrada toda mi vida. - No le iba a contar todo por ahora. Tan solo me pondría a cuatro patas de nuevo, esperando su respuesta mientras le miraba con curiosidad. Debía ser persuasiva. Sabía que eso iba a decidir todo mi destino. - Mataré a cualquier persona o animal, haré todo lo que quieras. - volvía a sonreír, y a acercar mi cabeza en el hueco que su barbilla hacía con su pecho. Me quedaría, no importar que tenía que hacer. Ese era mi sitio.
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Mensaje por Invitado Dom Feb 12, 2017 10:26 pm

La chica comía pan de mi mano, claro, luego de que esta lo oliera aún un tanto desconfiada, pero luego de comer y de que comenzara a "acariciar" su cabello cual gata abandonada pude notar que sonreía. Le gustaba. No por eso me iba a detener ahí, si bien podía ser frío la mayoría del tiempo y un despiadado hijo de puta, aquella joven despertaba algo en mi. ¿Posesión? ¿Amor? No tenía idea, sólo estaba actuando en base a mis instintos y a que principalmente la chica tenía un talento increíble, y eso lo pude ver cuando arrancó de golpe la oreja del dueño de la taberna.

La chica estaba agarrando confianza, y mis intentos de caricias le habían hecho dedicarme una sonrisa como jamás había visto en mi vida. Lo cual hizo que mis ojos llegaran a abrirse un poco más de lo normal debido a la sorpresa. Acto seguido, bajó su cabeza hacia mi pecho, donde la frotaría cual felina pidiendo más mimos. Ante eso, no detuve esas peculiares caricias en su cabeza. Siguió frotando su cabeza a medida que bajaba su cabeza hasta apoyarse en mis muslos para así cruzar miradas.

Le miraba fijamente con mi semblante serio de siempre, mientras esta me miraba de forma seria para luego hablar con una voz propia. Quería estar conmigo siempre, quería seguirme, quería aprender, que le enseñara todo lo que sabía, dedicar su vida por mí y aniquilar a quien sea si es que yo lo deseaba. Seguía mirándola fijamente con mis dos penetrantes ojos carmesíes, para luego dejar de acariciar su cabeza para tomar la botella de vino que había dejado a un lado y darle así un último y gran trago para dejarla vacía. Suspiré y lancé la botella con despreocupación hacia cualquier parte.


- ¿Cómo te llamas? - pregunté pasando por alto la petición de la mujer, mirando hacia otro lado que no fueran sus dos hermosos ojos llenos de admiración y deseo. ¿Qué respondería? No tenía mucho que pensar, tan sólo quería saber su nombre, si es que lo tenía claro estaba. Era la primera vez que alguien no me temía y que no desconfiaba de mi por mi forma de ser tan despiadada y fría. La chica llamaba mi atención en más de una manera, por sobre todo, la sed de sangre que tenía podría utilizarla para convertirla en una guerrera dispuesta a dar su vida por mí, una asesina, pero por sobretodo, una compañera.
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