[Arco Argumental N° 1] Batalla en el muelle

¡Masacre! ¡Carnicería!

Los cañonazos retumbaban por doquier y las balas silbaban como pajarracos despavoridos en una turbulenta noche de tormenta, y entre gritos, maldiciones, rugidos y risas, desembarcaban los tripulantes del Sebastiel a la vez que todos aquellos navíos que lograban mantenerse a flote y que ondeaban banderas negras, atracaban como podían en el reforzado puerto, abarrotado de tantos marines como pudieran ver. Habían altos, gordos, fornidos y uniformados todos de maneras casi idénticas, con algunas particularidades que les diferenciaban, pero lo que importaba en verdad era el hecho de que todos y cada uno de ellos sangraban de la misma manera y cedían, entre el fulgor y rugido de la espada curva cortando el viento, ante la inminente marcha del poderoso y temible Austin Jeep, apodado terriblemente como "The Rabbit".


¡Ustedes acaben con los heridos! ¡Los de mi izquierda adelántense a quemar y cercenar lo que se atraviese! ¡Los de mi derecha marchen a mi lado! -Austin ordenaba como si todos fueran hombres bajo su mandato, y es que en realidad a sus ojos todos y cada uno de ellos no eran otra cosa que peones sin valor con la única intención de servir y ganarse un renombre bajo la bandera de Capone, e incluso, si había mucha suerte, podrían ser reconocidos por el gran jefe como una pieza de valor digna de un buen puesto. La orden no se hizo esperar, confirmando la idea del barbudo pirata, y los ruidosos truhanes que estaban detrás de él se arrojaron con sádica fiereza a dar el golpe de gracia a cuanto marine o civil se hallara aún con vida, arrastrándose o rogando por una pizca de atención médica, era un circo de sangre que se expandía como los retumbantes silbidos de los cañones. Los de la derecha del pirata eran un grupo pequeño, y conformado por sus más cercanos servidores, e incluso se podía notar que portaban entre sus ropajes el símbolo que le identificaba, cual calavera de conejo o roedor, pero del otro lado, los que eran enviados al frente simplemente le resultaban desechables. Entre ellos, obedientes, emocionados y empujándose mientras avanzaban como una oleada, estaban el ahora conocido Antony DeFranco y una interesante pirata de nombre May Ragnak.

El grupo se separó un instante mientras The Rabbit atacaba y ordenaba la destrucción de navíos, fortalezas y todo aquello que en el puerto le hiciera resistencia, pero los que iban adelante parecían ceder ante la inminente ráfaga de disparos, los interminables defensores vestidos de azul y blanco y algunos cañonazos desviados que por suerte mermaban las fuerzas invasoras. Un pequeño grupo, de aproximadamente 6 o 7 piratas decidieron evadir la calle principal y atacar los suburbios, cruzando en la esquina y topándose con un par de sujetos ocultos a quienes unos marines protegían con sus armas preparadas. Los piratas alzaron sus armas y abrieron fuego.

Disparos... Un sonido retumbante y luego silencio. Ahora tan solo Antony y May permanecían con vida, a la vez que justo del otro lado de la calle estaban ese par de extraños sujetos armados con navajas. La pelea estaba a punto de comenzar.

¡Jamás rendirse!

Como si de una visión pavorosa y temible fuera traída con la bruma, cientos de navíos con velas negras y llameantes cañones aparecían en el puerto principal, desafiando la defensiva en un vulgar despliegue de poder, de energía y por sobretodo, de valor. Muchos navíos enemigos eran los que se fragmentaban bajo el poderoso azote de los cañones dispuestos en aquella primera defensa, y estallaban en trozos de madera, acero y carne humana desprendida por el fuego, las balas y la violencia de una guerra sin cuartel que iniciaba sin una idea simple de cuando podría llegar a culminar o cual podría ser el resultado, siendo la única premisa el hecho de dar la vida por un ideal o una misión. Los marines parecieron mermar en primera instancia una buena parte de la fuerza invasora, y aunque se reportó una separación de la fuerza total entre piratas y revolucionarios a tres puntos distintos de la isla, el mayor número se concentraba aún en el puerto principal, y estos seguían reduciéndose con cada cañonazo acertado de los cañones empapados de justicia y pólvora. Uno tras otro se hundían, uno tras otro lograban atracar y dejaban caer como vómito una oleada de piratas y bandidos, espadas en mano que maldiciendo rasgaban la defensa del bando blanco y azul, pues comenzaban a invadir y los refuerzos llegaban con un leve retraso.

—¡No les dejen avanzar! -Gritó una imponente voz que se hizo escuchar entre los silbidos y rugidos de cañones, aún más en la distancia a pesar del centelleante y escandaloso chirriar de las espadas al chocar, y como aparecía, cual haz de luz en un mundo sumido entre la sombras, llenaba de vigor los corazones de los nerviosos defensores de la paz, como un líder, como un mesías que aseguraba la victoria, como el heraldo de una ráfaga de balas que acabó con la mayoría de los invasores que The Rabbit había enviado adelante, permitiendo que los sobrevivientes escaparan cruzando las calles. El capitán Ishio tenía mejores y más importantes cosas que hacer, y arremetiendo con la fuerza de sus tropas se abrió paso entre los asaltantes dejando tras de sí una incalculable estela de muerte y destrucción, de represalias implacables que solo podrían ser detenidas por el hombre que era el objetivo de tal impacto, y antes de que pudieran percatarse los ojos menos experientados, el poderoso marine se enzarzaba en un combate contra el barbudo pirata que respondía al apodo de The Rabbit y que, lejos de alarmarse, parecía esbozar una larga sonrisa bajo su tupida y tenebrosa barba.


Uno tras uno caían los insensatos que osaban entrometerse en la batalla, y las espadas de ambos contendientes, embadurnadas de sangre se movían con fuerza como si se trataran de extensiones de sus cuerpos, cercenando cuanta presencia se acercara a su rango, fuera marine o pirata. Un giro bastó para la mirada del marine fuera capaz de percibir la esquina donde se ocultaban dos de los jóvenes que él había llevado a la empalizada además de un pequeño grupo que parecía estar hablando con la guardia baja, y al ver como un grupo de piratas se acercaban a ellos no dudó ni un instante en emitir un llamado de alerta que escucharían sin problemas. —¡NO BAJEN LA GUARDIA! -Exclamó con fuerza antes de que toda su atención volviera a su peligroso rival, pero para su tranquilidad, sus hombres le escucharon y alzaron armas, siendo lo último que vería el marine antes de girar la mirada, un grupo de piratas caer muertos por los disparos. Osaku Ishio y Austin Jeep no volvieron a dirigir o estar al tanto de nada más que no fueran el uno del otro, un error podría costarle la vida a cualquiera.

En la esquina donde Aikawa y Kuma se ocultaban, los marines cayeron al suelo muertos víctimas de disparos, siendo el mismo caso para los piratas que cruzaban la esquina, excepto por dos, y quedando en lados opuestos de la calle parecía inevitable que el Cipher Pol y el Cazador tuvieran que enfrentar al sujeto de sombrero y la extraña mujer.

El Pandemonio.

Ya no se escuchaba el sonido de balas o el grasnido de gaviotas, ni siquiera se escuchaba el choque de aceros de los espadachines en el campo de batalla. Los gritos de batalla habían cesado y lo único que se podía escuchar era el lamento de aquellos que, habiendo sido alcanzados por la explosión, continuaban con vida. El suelo de la isla había cambiado a un negro carbón y sobre la mayor parte de él el paisaje de desastre se hacía presente, acompañado por las decoraciones de sesos y tripas desperdigados por aquí y por allá. El olor a carne quemada predominaba.

Con la mayoría de las embarcaciones destruidas y con sus fuerzas mermadas, los piratas se vieron obligados a emprender la retirada dejando a aliados y enemigos atrás. Presos del terror y el pánico, se mataban los unos a otros con tal de abordar algunos de los navíos aún funcionales que quedaban. Los que alguna vez eran aliados, ahora eran enemigos acérrimos cuya única meta era poder salvarse a ellos mismos, vueltos una masa en movimiento que fluctuaba de aquí para allá entre empujones y jalones. Quienes caían, eran pisoteados sin piedad, algunos morían aplastados, otros eran afortunados de salir con algunos huesos rotos, habría quien los definiera como bestias, pero así era la naturaleza humana cuando se encuentra en el máximo peligro. Primero yo.

Los marines y CP restante pronto se reorganizarían. Aquella había sido una victoria agridulce, ambos bandos habían perdido mucho, hombres de gran valor e importancia habían fallecido en la inminente explosión, la fauna y flora de la isla estaban irremediablemente dañadas en algunas áreas. Incapaces de realizar una cacería, y con tareas inmediatas de mucho mayor importancia, la marina no tuvo más opción que dejar que los piratas escapasen por sus propios medios.