{Fic} El borracho y la historia del gato muerto (1/?)

El viento corría con fuerza, lo movía de un lado a otro y es que aquel cuerpecito desnutrido no ofrecía mucha resistencia, no ante el ímpetu de aquel viento, de todo ese aire. La situación allá, bajo el gran cielo blanco era muy diferente, la atmosfera era mucho menos densa, lo que le brindaba una mayor velocidad, aunque no servía nada ante aquella flaqueza que evidenciaba, ni siquiera sabía dónde estaba, sólo podía vagar, en aquellos momentos solo le quedaba deambular en aquel lugar desconocido con la leve fe de encontrar un refugio en donde pasar aquella oscura y fría noche. Los perros ladraban con fuerza, sentía mucho miedo, y aunque lo había experimentado toda su vida y era parte principal del motor que lo mantenía en movimiento, esa vez, esta vez era completamente diferente, era un miedo que lo consumía, el mundo a pesar de su oscuridad se veía profundamente brillante, demasiado grande para él, temible, abominable, pero había decidido descender ¿Qué lo había motivado a eso? Trataba de recordarlo en vano, aferrándose a los harapos que andaba trayendo con tal de obtener un poco de calor, a pesar de ser un usuario de una fruta del diablo, en concreto, una fruta que lo volvía un demonio hecho enteramente de nieve, le era imposible el no sentir frío, y en esos momentos lo sentía en extremo. Se acurrucó lentamente contra unos toneles llenos de algo, que por su olor, debía de ser pescado. Allí pasaría su primera noche, al lado de los toneles del pescado, con frío y un pésimo olor cerca suyo, y seguía preguntándose que lo había motivado a escapar del gran mar blanco, su hogar, bueno, su aparente hogar, puesto que aunque se hallaba cómodo allí, jamás lo había considerado como su hogar, no había nada ni nadie allí que le parecieran…

-Hey chico ¿qué carajos haces allí? –tardo un poco en notar de donde venía aquella voz, un hombre ya de edad junto a su mujer lo habían estado mirando durante mucho tiempo esperando a ver si se robaba los toneles, pero al ver que aquel muchacho se había recostado contra ellos y se había intentado acomodar sus propios ropajes para taparse y evadir el frío, habrían decidido hablarle, ver si… -Chico, te estoy hablando ¿sigues vivo?

-Sí, disculpe, ya me marcho.

-Mijo, no es eso, mi marido tiene poco tino y se da muchas vueltas ¿tienes donde pasar la noche? –pregunto amablemente la señora, al parecer se habían apiadado de él.

-Vamos muchacho, ven –dijo el caballero. Illya apenas podía creerlo, no podía creerlo ni mucho menos entenderlo, aquella gente le demostraba una humanidad inmensa al ofrecerle alojamiento por aquella noche. No sé lo esperaba, no entendía y no debía intentarlo siquiera. En aquellos momentos sentía que podía tener fe en el camino que había decidido transitar, podía seguir en el sin tener miedo a equivocarse, sin tener miedo a lo que iba a venir, su propia vida podría haber tomado otro rumbo sin aquello, sin aquel empujoncito de bondad.

-Dinos jovencito… ¿Qué son esas cosas que tienes en la espalda? –preguntó la mujer.

-¿Habla de mis alas? –Contesto Illya sin entender muy bien la cara de sorpresa de aquella gente ¿Acaso ellos no tenían alas bajo la ropa?

-¿Alas? ¿Tienes alas? ¿Cómo los pájaros?

-Sí… como los pájaros ¿Primera vez que ven alas? ¿Nunca habían visto a un Skypean?

Los dos lo miraron con recelo, era evidente ya a esas alturas que nunca habían visto a un “ángel”, en realidad aun no sabía dónde estaba. –Disculpen ¿Dónde estoy? ¿Cómo se llama este lugar?

-Estás en la capital del vino chico, esto es Micqueot. Y sí… hasta ahora no sabíamos que existían los… ¿Skypean? Nos pillas a mí y a mi marido por completa sorpresa, nuestra vida completa ha transcurrido aquí… primera vez que escuchamos eso.

-Micqueot… -dijo para sí mismo el pequeño Illya, primera vez que escuchaba eso.

-¿Cómo fue que llegaste aquí? –preguntó el caballero del cual aún no sabía ni el nombre.

 La mujer se acerco con unos platos de comida caliente… llevaba demasiado sin probar un bocado, mucho, de manera que el olor rápidamente lo golpeo, lo hizo tambalearse. Sintió ganas de vomitar. La señora lo notó y rápidamente le sirvió comida, a lo cual Illya, al probarla, sintió como su cuerpo desfallecía lentamente…

-Disculpe, hace mucho que no comía, muchísimo, el hambre me tiene… mal –musito con algo de vergüenza.

-No te preocupes, nos alegra que comas, así que hazlo.

-Llegue aquí desde el gran mar blanco en un carguero de un mercader cojo que me dejo ir con ellos, descendimos hace un día y me dejo en el primer puerto que toco… y fue aquí, me dejo aquí hace ya un día, ayer me las arregle para seguir en pie, pero hoy mi cuerpo cedió…

-¿El mar blanco? –preguntó el señor con ya algo más de soltura, o al menos eso aparentaba, aquella especie de desidia por Illya había disminuido considerablemente en el tiempo que el pequeño Illya llevaba hablando, al parecer se había soltado y ya no lo veía como un peligro inminente, al contrario, ahora, era inclusive bien recibido, por otro lado, le causaba tanta curiosidad saber más sobre el pequeño que no tenía más que escuchar y dejarle quedarse allí, eso y que tenía que mantener buenas relaciones con su esposa, eso sí que era vital, verla enojada seria lo último que un hombre quisiera ver sobre la faz de la tierra.

-Sí, yo provengo del gran mar blanco –señaló Illya, incrédulo a que la gente no supiese de la existencia de un mar blanco y puro sobre sus cabezas… completamente incrédulo.

-No hemos escuchado jamás de un mar como ese –dijo la señora con evidente atención, recordó a alguien pero no logro identificar quien era.

-¿Qué tu nieve? –lo interrumpió el señor.

-De esta –Illya no entendía como no podían entenderlo, todos los que lo conocían sabían de ello, y le extraño la dificultad en la comprensión de ello… Pero lo entendía al ver la cara de asombro de aquellas personas al ver como de su mano empezaba a caer un poco de nieve, copos de nieve hacia el suelo, una nieve blanca y cristalina, pura, hacia aquel suelo de tablas marrones, las pareja lo miro no solo con asombro, sino con un dejo de miedo, ellos sabían de la existencia de seres así, seres consumidores de frutas del diablo, las míticas frutas que concedían poderes a quienes las comían pero a cambio, los transformaban en monstruos incapaces de nadar en un mundo compuesto mayoritariamente por un amplio mar… el pago por las habilidades concedidas, aquellas que los transformarían, a algunos, en dioses entre mortales, ahora que lo veían, Illya era uno de ellos, uno de esos seres a los que temían, puesto que podían matar a cualquiera con facilidad.

-Ch-chico ¿Qué demonios eres? –preguntó el señor con miedo, retomando aquel pavor que le había invadido al dejarlo entrar a su casa.

-¿Yo? Ya le dije, un Skypean del gran mar blanco… aunque antes existía Bilka, otro lugar en el gran mar blanco… creo que se llamaba así, no lo recuerdo muy bien eso sí –señaló sonriendo, como si no se tratase de nada malo u anormal. La señora lo proceso en poco tiempo, era una mujer, y aquel instinto de madre, a pesar de no tener hijos, no podía ser suprimido.

-¿Mi poder? Ah sí –recordó. –Un día llego un pirata a Skypea, un gran pirata contando historias, contaba muchas historias sobre el mundo acá abajo, sobre cómo era la gente, las islas, y como todos vivían y se relacionaban, lejos de la cotidianeidad en la que me hallaba inmerso, un mundo completamente diferente, interesante, un mundo entretenido. Una puerta a algo más… Un día mientras él se emborrachaba entable conversación, y al final de esa conversación, de una historia que conto… la del gato muerto, allí me dio la fruta y me dijo que tuviese cuidado de los míos… calzaba con la historia.

-¿La historia? -preguntó el señor que ya casi se comía las uñas de la curiosidad, no podía creer que semejante niño existiera.