Año 230 D.D.G
Tras un periodo de paz el nombre de un sujeto comenzó a surgir entre los piratas hasta hacerse de un renombre mundial… Norman D. Gold, un pirata que en un par de años alcanzó el poder suficiente para consagrarse como un emperador pirata y eventualmente para ser nombrado como rey de los piratas al haber reunido un tesoro inconcebible al cual se le otorgó el nombre de “One Piece”. Durante años el Gobierno hizo uso de todos sus recursos para acabar con este hombre per todo fue inútil y decidieron simplemente dedicarse a contener sus ataques. Gold sin embargo, no parece interesado en destruir al Gobierno o en atacar a sus instituciones, sino más bien en continuar explorando el mundo no conocido estableciendo con su poder una estabilidad no vista antaño en el mundo de la mano de todas las demás facciones. ¿Serás parte del mundo y su avance?. Seguir leyendo...
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Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
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Los Demonios nunca lloran [Fics de Sparda]
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Los Demonios nunca lloran [Fics de Sparda]
En la isla de Orange Town, últimamente había decidido quedarse en una pensión de mala muerte con el motivo de descansar. Había veces en las que hasta el más aventurero de los piratas necesitaba un pequeño descanso para que su cabeza volviera a funcionar como siempre, por lo que apartarse del peligro venía bastante bien. Aquella isla, si es que se la podía llamar como tal y no como un pueblo grande, era perfecta para la ocasión al estar situada en el mar cardinal más débil de los cuatro, así como su historial pacífico durante muchos y muchos años.
Pero ese día no tendría tanta suerte, no. Mientras se estaba dando una ducha, mientras el albino se enjabonaba su blanco cabello, alguien llamó a la puerta. En un principio no lo escuchó, pero tras esperar un minuto, aquella persona volvió a llamar, esta vez con más fuerza y casi tumbando la puerta. Llevando una mano hacia el grifo del agua, el pirata cerró la conducción de esta al darse cuenta de los golpes. Su mirada giró hacia la puerta del baño, que comunicaba directamente con el pasillo donde estaba la puerta de la habitación. En sí, su departamento no tenía más que una sala con una cama, la cocina y el baño. Era pequeña, apacible y con olor a rancio. Enamoraba a cualquiera.
—Ya va, espera un momento—. Dijo en un sonoro grito que retumbó por toda la casa, antes de tomar la toalla, secarse un poco ciertas partes comprometidas y atársela a la cintura para taparse.
Con un paso tranquilo, salió del baño y pasó por la cocina, pues había visto un trozo de pizza fría que le había llamado con sus ojos de bacon. Se había comido la mitad la noche anterior, pero había dejado parte para el desayuno de aquel día, ya que a pesar de tener un gusto extraño, tampoco estaba mala la pizza fría. Así que mientras le daba un mordisco, finalmente llegó hasta la puerta de entrada, quitando el cerrojo y abriendo para ver de quién se trataba.
—¿Qué quieres?—. Preguntó a un uniformado que esperaba paciente en su puesto, vestido con los colores de la Marina. Esperaba que no le hubiera reconocido, solo valía 20.000.000 de berries.
—Señor Sparda, queda detenido por los delitos que ha cometido en contra de la humanidad y la ley, no oponga resis…—. Fue a decir, pero en cambio, recibió un portazo en la cara. —¡Está bien, si quiere jugar así, pediré refuerzos!—. Gritó enfadado, sacando un caracol informativo y pidiendo al instante que un pelotón se acercase hasta dicho punto para prestarle ayuda.
—Ah, estos reclutas no podían ser más pesados. ¿Cómo me habrán encontrado? No suelo destacar a ningún sitio al que voy—. Esa era una gran mentira, la noche anterior se emborrachó tanto que se peleó con cinco personas de un bar, y las venció a todas, generando su expulsión del local.
Pero sabía que la cosa no iba a quedar ahí, para nada, puesto que la insistencia de la Marina era casi tan conocida como su probabilidad de fracaso en las misiones. Altísima. Así que caminó hacia el armario donde tenía su ropa, quitándose la toalla y tirándola al suelo. Primero la ropa interior, y luego le siguieron los pantalones. Sus botas, con los cordones bien atados para no tropezarse, sus guantes por si tenía que utilizar la espada. Y no le dieron tiempo a vestirse más, la verdad, ya que un sonido de patada empezó a resonar en la puerta principal. Miró hacia allá mientras que sostenía con la boca el trozo de pizza y sacaba la espada de su funda, colocada estratégicamente sobre una silla cercana. La levantó como si fuera una pluma de liviano peso y la cargó a su hombro, mientras que finalmente la puerta era tumbada con relativa facilidad y se podía ver a cinco marines al otro lado del pasillo, apuntándole con todo tipo de armas contundentes. ¿Dónde habían dejado las de fuego? ¿Es que tenían demasiada confianza o le faltaba presupuesto para equipación? En cualquier caso, pronto hablaron:
—¡No escaparás, Sparda! Entrégate pacíficamente, no queremos echar abajo esta pensión para cazarte—. Le gritaron dos de ellos al unísono, parecían ventrílocuos actuando a la vez, vaya.
—Deberíais dejar los cuarteles y uniros a un club cómico, contáis muy buenos chistes. ¿Quién va a querer cazarme primero? Porque tengo un regalito para él, brilla mucho y hace daño. La podéis ver en mi hombro, se llama espada, y os voy a empalar con ella, gilipollas—. Para qué andarse con rodeos, prefería una buena pelea a las cosas pacíficas.
De esta manera, los marines entraron en la habitación, tratando de rodear al albino, quien no había quitado su sonrisa de la cara en ningún momento. Estaba más que confiado de sus habilidades, las cuáles le habían ayudado a sobrevivir desde que tenía uso de memoria. Y unos reclutas simplones no iban a causarle ningún problema.
Pero ese día no tendría tanta suerte, no. Mientras se estaba dando una ducha, mientras el albino se enjabonaba su blanco cabello, alguien llamó a la puerta. En un principio no lo escuchó, pero tras esperar un minuto, aquella persona volvió a llamar, esta vez con más fuerza y casi tumbando la puerta. Llevando una mano hacia el grifo del agua, el pirata cerró la conducción de esta al darse cuenta de los golpes. Su mirada giró hacia la puerta del baño, que comunicaba directamente con el pasillo donde estaba la puerta de la habitación. En sí, su departamento no tenía más que una sala con una cama, la cocina y el baño. Era pequeña, apacible y con olor a rancio. Enamoraba a cualquiera.
—Ya va, espera un momento—. Dijo en un sonoro grito que retumbó por toda la casa, antes de tomar la toalla, secarse un poco ciertas partes comprometidas y atársela a la cintura para taparse.
Con un paso tranquilo, salió del baño y pasó por la cocina, pues había visto un trozo de pizza fría que le había llamado con sus ojos de bacon. Se había comido la mitad la noche anterior, pero había dejado parte para el desayuno de aquel día, ya que a pesar de tener un gusto extraño, tampoco estaba mala la pizza fría. Así que mientras le daba un mordisco, finalmente llegó hasta la puerta de entrada, quitando el cerrojo y abriendo para ver de quién se trataba.
—¿Qué quieres?—. Preguntó a un uniformado que esperaba paciente en su puesto, vestido con los colores de la Marina. Esperaba que no le hubiera reconocido, solo valía 20.000.000 de berries.
—Señor Sparda, queda detenido por los delitos que ha cometido en contra de la humanidad y la ley, no oponga resis…—. Fue a decir, pero en cambio, recibió un portazo en la cara. —¡Está bien, si quiere jugar así, pediré refuerzos!—. Gritó enfadado, sacando un caracol informativo y pidiendo al instante que un pelotón se acercase hasta dicho punto para prestarle ayuda.
—Ah, estos reclutas no podían ser más pesados. ¿Cómo me habrán encontrado? No suelo destacar a ningún sitio al que voy—. Esa era una gran mentira, la noche anterior se emborrachó tanto que se peleó con cinco personas de un bar, y las venció a todas, generando su expulsión del local.
Pero sabía que la cosa no iba a quedar ahí, para nada, puesto que la insistencia de la Marina era casi tan conocida como su probabilidad de fracaso en las misiones. Altísima. Así que caminó hacia el armario donde tenía su ropa, quitándose la toalla y tirándola al suelo. Primero la ropa interior, y luego le siguieron los pantalones. Sus botas, con los cordones bien atados para no tropezarse, sus guantes por si tenía que utilizar la espada. Y no le dieron tiempo a vestirse más, la verdad, ya que un sonido de patada empezó a resonar en la puerta principal. Miró hacia allá mientras que sostenía con la boca el trozo de pizza y sacaba la espada de su funda, colocada estratégicamente sobre una silla cercana. La levantó como si fuera una pluma de liviano peso y la cargó a su hombro, mientras que finalmente la puerta era tumbada con relativa facilidad y se podía ver a cinco marines al otro lado del pasillo, apuntándole con todo tipo de armas contundentes. ¿Dónde habían dejado las de fuego? ¿Es que tenían demasiada confianza o le faltaba presupuesto para equipación? En cualquier caso, pronto hablaron:
—¡No escaparás, Sparda! Entrégate pacíficamente, no queremos echar abajo esta pensión para cazarte—. Le gritaron dos de ellos al unísono, parecían ventrílocuos actuando a la vez, vaya.
—Deberíais dejar los cuarteles y uniros a un club cómico, contáis muy buenos chistes. ¿Quién va a querer cazarme primero? Porque tengo un regalito para él, brilla mucho y hace daño. La podéis ver en mi hombro, se llama espada, y os voy a empalar con ella, gilipollas—. Para qué andarse con rodeos, prefería una buena pelea a las cosas pacíficas.
De esta manera, los marines entraron en la habitación, tratando de rodear al albino, quien no había quitado su sonrisa de la cara en ningún momento. Estaba más que confiado de sus habilidades, las cuáles le habían ayudado a sobrevivir desde que tenía uso de memoria. Y unos reclutas simplones no iban a causarle ningún problema.
InvitadoInvitado
Re: Los Demonios nunca lloran [Fics de Sparda]
¿Dónde lo habíamos dejado, chicos? Ah sí, justo cuando los marines habían irrumpido en la habitación de la pensión y amenazaban a Dante con apresarle violentamente si oponía resistencia. Blandiendo sables, porras y martillos, cinco personas entraron en la habitación alquilada por el albino, acercándose cada vez más a él y tratando de acorralarlo contra la esquina más cercana de la habitación. Pero el pirata no parecía estar preocupado ni tener la menor pizca de miedo, sino que se encontraba como cualquiera por su casa. Tranquilo, seguro de sí mismo. Levantó la espada, la separó de su hombro donde había estado yaciendo anteriormente, y apuntó con ella a uno de los marines.
—Regla número uno del buen superviviente: No entrar a la boca del lobo—. Les comentó con una larga y reluciente sonrisa, para luego pasear su mirada de uno a otro marine que se encontraban allí. Tras esto bajó su arma y apoyó la punta afilada sobre el suelo. —Bueno, ¿quién será el primero? —.
Fue el que había recibido el portazo en primer lugar el que caminó hasta él con la intención de apresarle. Llevaba una porra en la mano derecha, y la izquierda se adelantaba con el fin de empujarle contra la pared. Ah, el grito que soltó cuando Dante movió su espada y le cortó el brazo a la altura de la mitad del antebrazo fue digno de escucharlo. Resonó por toda la pensión, todo el edificio se dio cuenta de que allí estaba ocurriendo algo y que no debían acercarse si no querían quedar traumados de por vida. La sangre cayó sobre la moqueta, manchándola al mismo tiempo que el hombre caía de rodillas y soltaba su porra, sosteniendo el brazo amputado con su otra mano y fijando la mirada en el muñón sangrante. Los otros marines, que se habían quedado un tanto en shock, apuntaron con todas sus armas hacia el albino.
—¡Cómo osas! Morirás por esto, demonio—. Le dijo uno de los otros, llamando su atención y lanzándose a por él con el sable en lo alto.
Detuvo aquella estocada vertical interponiendo su espada entre ambos. El choque de los aceros creó unas leves chispas que encendieron y otorgaron más brillo a sus miradas, pero aquel impacto solo duró un segundo, antes de que el albino se hiciera a un lado y dejara que el ataque continuase hacia el suelo, exponiendo el costado de aquel hombre y girando sobre sí mismo para realizar un corte circular vertical que lo tumbó en el suelo con una gran herida en el costado. Una fuerte patada en la cabeza le mandó a dormir un segundo después, mientras caminaba un poco por la sala ya que los otros hombres habían tomado mayor distancia, y les hablaba en un tono jocoso.
—Sabéis que no sois rivales para mí. Da igual que hayáis venido cinco, ni cincuenta habrían conseguido ponerme unas cadenas—. La última palabra la dijo con un poco de odio. Amaba por encima de todo la libertad, consideraba ese concepto como el mejor regalo que tenía todo humano.
Esta vez fue él quien taponó el pasillo hacia la puerta de salida. Ya que habían entrado allí, no les iba a dejar salir con tanta facilidad, a menos que se lo ganasen con sus buenas acciones dentro de la batalla. Pero viendo cómo habían peleado los dos primeros, lo más probable es que solo el pirata terminase su día con vida. Los tres marines que quedaban en plenas facultades le miraron con un poco de miedo, mientras gotas de sudor caían por sus frentes y sienes. La mirada de Dante se había vuelto más peligrosa que antes, aunque seguía portando esa sonrisa egocéntrica en sus labios. Estaba más que seguro de que saldría vencedor de aquel encuentro.
—Let’s rock, baby!—. Gritó, antes de lanzarse con toda su velocidad y fuerza hacia los tres enemigos restantes que habían irrumpido en su habitación con tan pocos modales. La batalla continuaba en ese momento a favor del albino.
Unos pasos se pudieron escuchar por las escaleras que comunicaban las distintas plantas de la pensión con la sala principal y baja, donde tras el mostrador el encargado leía un periódico, aburrido. Al ver bajar al albino, todo lleno de sangre y con su espada a la espalda, así como una pequeña maleta en su mano derecha, pronto dejó el periódico sobre el mostrador y se levantó con miedo. Alzando una mano, el pirata trató de relajarle.
—Calma, señor. Todavía tengo cinco minutos antes de que mi alquiler termine, no me mire tan mal. Por cierto, ha habido unos… contratiempos… En mi habitación podrá encontrar el dinero exacto para las reparaciones, solo tiene que buscar en los bolsillos adecuados—. Dijo, para luego sonreírle.
Así, el pirata salió de aquel lugar al mismo tiempo que el encargado subía corriendo las escaleras, hasta llegar a la habitación donde Dante se había hospedado durante unos cuántos días, descubriendo algo que le hizo gritar de tal manera que seguramente toda Orange Town le hubiera escuchado. Y es que lo que había en su habitación, era digno de espectáculo.
—Regla número uno del buen superviviente: No entrar a la boca del lobo—. Les comentó con una larga y reluciente sonrisa, para luego pasear su mirada de uno a otro marine que se encontraban allí. Tras esto bajó su arma y apoyó la punta afilada sobre el suelo. —Bueno, ¿quién será el primero? —.
Fue el que había recibido el portazo en primer lugar el que caminó hasta él con la intención de apresarle. Llevaba una porra en la mano derecha, y la izquierda se adelantaba con el fin de empujarle contra la pared. Ah, el grito que soltó cuando Dante movió su espada y le cortó el brazo a la altura de la mitad del antebrazo fue digno de escucharlo. Resonó por toda la pensión, todo el edificio se dio cuenta de que allí estaba ocurriendo algo y que no debían acercarse si no querían quedar traumados de por vida. La sangre cayó sobre la moqueta, manchándola al mismo tiempo que el hombre caía de rodillas y soltaba su porra, sosteniendo el brazo amputado con su otra mano y fijando la mirada en el muñón sangrante. Los otros marines, que se habían quedado un tanto en shock, apuntaron con todas sus armas hacia el albino.
—¡Cómo osas! Morirás por esto, demonio—. Le dijo uno de los otros, llamando su atención y lanzándose a por él con el sable en lo alto.
Detuvo aquella estocada vertical interponiendo su espada entre ambos. El choque de los aceros creó unas leves chispas que encendieron y otorgaron más brillo a sus miradas, pero aquel impacto solo duró un segundo, antes de que el albino se hiciera a un lado y dejara que el ataque continuase hacia el suelo, exponiendo el costado de aquel hombre y girando sobre sí mismo para realizar un corte circular vertical que lo tumbó en el suelo con una gran herida en el costado. Una fuerte patada en la cabeza le mandó a dormir un segundo después, mientras caminaba un poco por la sala ya que los otros hombres habían tomado mayor distancia, y les hablaba en un tono jocoso.
—Sabéis que no sois rivales para mí. Da igual que hayáis venido cinco, ni cincuenta habrían conseguido ponerme unas cadenas—. La última palabra la dijo con un poco de odio. Amaba por encima de todo la libertad, consideraba ese concepto como el mejor regalo que tenía todo humano.
Esta vez fue él quien taponó el pasillo hacia la puerta de salida. Ya que habían entrado allí, no les iba a dejar salir con tanta facilidad, a menos que se lo ganasen con sus buenas acciones dentro de la batalla. Pero viendo cómo habían peleado los dos primeros, lo más probable es que solo el pirata terminase su día con vida. Los tres marines que quedaban en plenas facultades le miraron con un poco de miedo, mientras gotas de sudor caían por sus frentes y sienes. La mirada de Dante se había vuelto más peligrosa que antes, aunque seguía portando esa sonrisa egocéntrica en sus labios. Estaba más que seguro de que saldría vencedor de aquel encuentro.
—Let’s rock, baby!—. Gritó, antes de lanzarse con toda su velocidad y fuerza hacia los tres enemigos restantes que habían irrumpido en su habitación con tan pocos modales. La batalla continuaba en ese momento a favor del albino.
[…]
Unos pasos se pudieron escuchar por las escaleras que comunicaban las distintas plantas de la pensión con la sala principal y baja, donde tras el mostrador el encargado leía un periódico, aburrido. Al ver bajar al albino, todo lleno de sangre y con su espada a la espalda, así como una pequeña maleta en su mano derecha, pronto dejó el periódico sobre el mostrador y se levantó con miedo. Alzando una mano, el pirata trató de relajarle.
—Calma, señor. Todavía tengo cinco minutos antes de que mi alquiler termine, no me mire tan mal. Por cierto, ha habido unos… contratiempos… En mi habitación podrá encontrar el dinero exacto para las reparaciones, solo tiene que buscar en los bolsillos adecuados—. Dijo, para luego sonreírle.
Así, el pirata salió de aquel lugar al mismo tiempo que el encargado subía corriendo las escaleras, hasta llegar a la habitación donde Dante se había hospedado durante unos cuántos días, descubriendo algo que le hizo gritar de tal manera que seguramente toda Orange Town le hubiera escuchado. Y es que lo que había en su habitación, era digno de espectáculo.
¿Cuál será su próximo show? ¡Estad atentos y lo veréis!
InvitadoInvitado
Re: Los Demonios nunca lloran [Fics de Sparda]
No todos los días están enfocados a la pelea, a las fechorías y a cualquier otro objeto de gusto para los piratas. No, en cada mes siempre hay un par de días en los que cualquier persona desea descansar, desea divertirse y llenar la vista con algo bonito. Como por ejemplo, un club de striptease. Dante no era muy de frecuentar aquellos lugares en pos de ligar con las chicas, la verdad es que no necesitaba dirigir su atención hacia las trabajadoras porque eran ellas las que terminaban acercándose a él, hinchando todavía más su ego. En cualquier caso, él nunca las trataba mal, siempre con unos modales impecables, y de vez en cuando pues hasta se llevaban unos billetes extra si le contentaban para la noche.
Aquella tarde, antes del anochecer, se había movilizado en Loguetown hacia uno de los barrios de clase media en los que uno de estos clubs estaba llamando bastante la atención. Se trataba de un lugar abierto recientemente, con una clientela fiel que pasaba la mayor parte de los fines de semana allí, viendo cómo unas dulces y guapas chicas bailaban sobre la barra o el escenario. El plantel contratado allí era joven, carnes firmes y tersas que atraían la mirada de cualquier persona que estuviera dispuesto a pagar el precio de la entrada y a invitarlas a alguna copa dentro del local. Él no había estado nunca allí, pero en una de las tabernas cercanas había escuchado hablar del club, por lo que en cuanto tuvo tiempo libre no dudó en acercarse para echar un buen vistazo. Hacía cerca de un mes que no retozaba con ninguna mujer, que no sentía el calor de su piel y de su entrepierna, como sus labios recorrían su cuerpo y terminaban por darle algún mordisco suave para erizar su vello.
Ataviado con los mismos ropajes de siempre (estaba encantador con ellos, lo sabía, así que solo necesitaba lavarlos cuando era necesario para volvérselos a poner limpios), y su espada colgada de la funda de cuero a la espalda, el albino no fue de los primeros en llegar a aquel lugar. Había una cola no muy grande de gente que aguardaba para pasar por la puerta, y en cuanto le tocó el turno, se dio cuenta de que el portero era un hombre al que días atrás había invitado a una cerveza.
—¿Qué pasa, Jefe? ¿Todo bien? Vengo a echar un vistazo a estas chicas. Dicen que sus curvas son realmente peligrosas, heh—. Sonrió, al mismo tiempo que daba un paso hacia adelante para entrar en el local.
—Más te vale que no te vea usar el arma ahí dentro, o me meteré en un lío por dejarte pasar con ella. Disfruta, campeón—. Le respondió el hombre, dándole una palmada en la espalda antes de que el albino cruzase el umbral.
El pasillo que atravesó era de una mezcla de color carmesí y púrpura, a decir verdad dos tonos bastante asociados a la promiscuidad y la pasión. Al llegar a la puerta de entrada, apoyó ambas manos y empujó con una media sonrisa en el rostro, cuando vio lo que había detrás de ella, silbó. Una sala bastante amplia le daba la bienvenida al pirata. Una sala con los mismos tonos que el pasillo decorando toda la zona, una gran barra para servir copas a la izquierda del todo, y a la derecha un escenario con barras donde las jóvenes empezaban a realizar sus coreografías, a atraer miradas y a sentirse deseadas por cualquiera que estuviera fijando sus ojos en ellas. Podían llegar a sentirse muy poderosas.
Sin apartar la mirada de aquel escenario, donde tres chicas bailaban, pues se había fijado en una rubia de aspecto despampanante que realizaba una danza excitante, se dirigió a la barra para pedir una copa. Apoyó los antebrazos en la barra y esperó a que un camarero le sirviera.
—Ponme un whisky solo, con dos hielos—. Le pidió, ya que era una de las bebidas que más le gustaba tomar en aquel tipo de ambientes. El alcohol le haría ser menos desvergonzado (¿es que podía serlo más?) con el paso del tiempo, desde luego.
El hombre no tardó más de un minuto en prepararle lo que había pedido con educación y respeto, pidiéndole el precio a cambio por aquella consumición. Dante sacó lo justo para dárselo, pues la propina estaría más que destinada a hacer saber a las bailarinas que lo estaban haciendo realmente bien. Cogiendo la copa con su mano derecha, se fue acercando lentamente hacia el escenario, sentándose en una de las butacas más próximas a la parte donde la bailarina rubia danzaba alrededor de una barra metálica que se unía con el techo. Su cuerpo ganaba bastante de cerca, sus ojos eran hermosos y sus proporciones harían echar humo a cualquier heterosexual. No era el único que estaba por allá, muchas butacas estaban ocupadas, principalmente por hombres, aunque alguna que otra mujer de aspecto varonil también se dejaba ver por allí. Llevando su copa a los labios, le dio un largo sorbo mientras se ponía cómodo.
—Esto es vida—. Dijo mientras observaba el espectáculo, lanzándole de vez en cuando algún guiño a la rubia, siendo que cuando esta se dio cuenta, pronto le sonrió de vuelta.
Aquella tarde, antes del anochecer, se había movilizado en Loguetown hacia uno de los barrios de clase media en los que uno de estos clubs estaba llamando bastante la atención. Se trataba de un lugar abierto recientemente, con una clientela fiel que pasaba la mayor parte de los fines de semana allí, viendo cómo unas dulces y guapas chicas bailaban sobre la barra o el escenario. El plantel contratado allí era joven, carnes firmes y tersas que atraían la mirada de cualquier persona que estuviera dispuesto a pagar el precio de la entrada y a invitarlas a alguna copa dentro del local. Él no había estado nunca allí, pero en una de las tabernas cercanas había escuchado hablar del club, por lo que en cuanto tuvo tiempo libre no dudó en acercarse para echar un buen vistazo. Hacía cerca de un mes que no retozaba con ninguna mujer, que no sentía el calor de su piel y de su entrepierna, como sus labios recorrían su cuerpo y terminaban por darle algún mordisco suave para erizar su vello.
Ataviado con los mismos ropajes de siempre (estaba encantador con ellos, lo sabía, así que solo necesitaba lavarlos cuando era necesario para volvérselos a poner limpios), y su espada colgada de la funda de cuero a la espalda, el albino no fue de los primeros en llegar a aquel lugar. Había una cola no muy grande de gente que aguardaba para pasar por la puerta, y en cuanto le tocó el turno, se dio cuenta de que el portero era un hombre al que días atrás había invitado a una cerveza.
—¿Qué pasa, Jefe? ¿Todo bien? Vengo a echar un vistazo a estas chicas. Dicen que sus curvas son realmente peligrosas, heh—. Sonrió, al mismo tiempo que daba un paso hacia adelante para entrar en el local.
—Más te vale que no te vea usar el arma ahí dentro, o me meteré en un lío por dejarte pasar con ella. Disfruta, campeón—. Le respondió el hombre, dándole una palmada en la espalda antes de que el albino cruzase el umbral.
El pasillo que atravesó era de una mezcla de color carmesí y púrpura, a decir verdad dos tonos bastante asociados a la promiscuidad y la pasión. Al llegar a la puerta de entrada, apoyó ambas manos y empujó con una media sonrisa en el rostro, cuando vio lo que había detrás de ella, silbó. Una sala bastante amplia le daba la bienvenida al pirata. Una sala con los mismos tonos que el pasillo decorando toda la zona, una gran barra para servir copas a la izquierda del todo, y a la derecha un escenario con barras donde las jóvenes empezaban a realizar sus coreografías, a atraer miradas y a sentirse deseadas por cualquiera que estuviera fijando sus ojos en ellas. Podían llegar a sentirse muy poderosas.
Sin apartar la mirada de aquel escenario, donde tres chicas bailaban, pues se había fijado en una rubia de aspecto despampanante que realizaba una danza excitante, se dirigió a la barra para pedir una copa. Apoyó los antebrazos en la barra y esperó a que un camarero le sirviera.
—Ponme un whisky solo, con dos hielos—. Le pidió, ya que era una de las bebidas que más le gustaba tomar en aquel tipo de ambientes. El alcohol le haría ser menos desvergonzado (¿es que podía serlo más?) con el paso del tiempo, desde luego.
El hombre no tardó más de un minuto en prepararle lo que había pedido con educación y respeto, pidiéndole el precio a cambio por aquella consumición. Dante sacó lo justo para dárselo, pues la propina estaría más que destinada a hacer saber a las bailarinas que lo estaban haciendo realmente bien. Cogiendo la copa con su mano derecha, se fue acercando lentamente hacia el escenario, sentándose en una de las butacas más próximas a la parte donde la bailarina rubia danzaba alrededor de una barra metálica que se unía con el techo. Su cuerpo ganaba bastante de cerca, sus ojos eran hermosos y sus proporciones harían echar humo a cualquier heterosexual. No era el único que estaba por allá, muchas butacas estaban ocupadas, principalmente por hombres, aunque alguna que otra mujer de aspecto varonil también se dejaba ver por allí. Llevando su copa a los labios, le dio un largo sorbo mientras se ponía cómodo.
—Esto es vida—. Dijo mientras observaba el espectáculo, lanzándole de vez en cuando algún guiño a la rubia, siendo que cuando esta se dio cuenta, pronto le sonrió de vuelta.
InvitadoInvitado
Re: Los Demonios nunca lloran [Fics de Sparda]
Todo estaba yendo genial, no podía quejarse en lo más mínimo, estaba disfrutando de una buena copa de whisky, sentado en un sillón de cuero lo más mullido posible. Ante él, un gran escenario repleto de jóvenes promesas del mundo de los clubs de alterne, siendo que una de las que más llamaban la atención (la chica rubia, ya mencionada anteriormente) intercambiaba miradas con el albino de vez en cuando. Dante bebía de manera exótica, pegando sus labios al cristal y sorbiendo lo justo, mientras que unos pícaros ojos iban recorriendo el cuerpo de aquella chica que tanto le estaba gustando cómo bailaba. No era de los que iban a ese tipo de lugares, no los solía frecuentar, pero una vez al año no hace ningún daño, como se suele decir.
Así pasó más de diez minutos, hasta que la chica se cansó de bailar en el escenario y, junto a algunas compañeras, bajaron por las pequeñas escaleras que conectaban el escenario con la sala en sí. Las chicas empezaron a rondar a los clientes, bailándoles sensualmente a su lado, incitándoles a que las tocasen un poco y les metieran billetes donde pudieran. La rubia, obviamente, fue directa hacia el albino, quien descruzó sus piernas para que la joven pudiera meterse entre ellas al bailar. Le dio la espalda, al mismo tiempo que apoyaba las manos en sus piernas y bajaba y subía, mostrándole las curvas de su torso inferior. Tan tersa, tan suave. El albino estaba deseando tumbarla en un lugar más horizontal y comerla a mordiscos. Pero no era ningún caníbal, ni ningún pervertido, solo alguien que sabía que en el placer también se podía encontrar la felicidad. Se contuvo incluso de darle un par de azotes, puesto que no era nada que aconteciera en aquel momento, además de que era en cierta parte un caballero con las mujeres, no podía tratarlas mal aunque quisiera.
—¿Cómo te llamas?—. Le preguntó a la chica con la más seductora de sus voces, mientras que un billete era sacado del bolsillo interior de su gabardina y se lo colocaba delante de la cara para que le diera su nombre. Mientras esperaba por una respuesta, no dudó en pasar la lengua por sus propios labios para humedecerlos. En conjunto con el alcohol, tener cerca a semejante amazona hacía que su boca se resecara hasta un punto en el que era necesario humedecerla.
—Stella, ¿y tú?—. Le preguntó la joven, con una media sonrisa, llevando una mano a su melena rubia y moviéndola de manera sensual para atraer la mirada del albino a su cuello. Un cuello que buscaba unos dientes para que lo mordieran. —Dante, ¿qué te parece un baile privado?—. Le preguntó, ni corto ni perezoso. Sabía cómo funcionaban las cosas en ese lugar, y en cuanto la chica se levantó y tomó su mano para llevarlo hasta una sala más cómoda, ambos sonrieron.
Atravesaron la sala agarrados de la mano en dirección a una habitación cercana. Era una extensión de la misma sala donde se habían encontrado antes, solo que el cubil estaba formado por una cortina que tapaba de la vista al exterior todo lo que aconteciera dentro, y una gran cama con forma de corazón rosa. Las paredes eran pantallas de luz de colores motivantes y de ensueño, así como realizaban formas geométricas para no aburrir al personal. Sin prisa alguna, ella le quitó la funda de la espada y la tiró al suelo, detrás de la cama, mientras le daba un empujón directo hacia esta para que el pirata cayera de espaldas.
—Guau, ¿hay prisa o qué, preciosa?—. Soltó el pirata, al mismo tiempo que le daba el último sorbo a su copa de whisky, mientras que la chica se subía encima de él y se pegaba contra su cuerpo.
—Recuerda que cobro por horas—. Le respondió, pícara y con un guiño de ojos. El albino se derritió en aquel entonces, apoyando las manos en la cama para erguirse sutilmente y terminar rozando la barbilla de ella con sus propios labios. Dio un sutil mordisco, al mismo tiempo que elevaba su mirada desde los labios de la joven, pasando por la nariz, hasta llegar a sus orbes claros.
—Entonces no perdamos tiempo—. Apoyó una mano en su espalda, y con un giro de cadera, terminó volteándola para cambiar de posiciones, ella abajo y él arriba. Se quitó la gabardina, los guantes, la camisa. Todo ayudado por ella, cuyas manos se notaba que eran expertas.
Obviamente, lo que pasó después ya lo sabéis, pero no lo váis a leer aquí, sino en vuestra imaginación. La cama empezaría a moverse, pero nadie vería nada debido a la cortina opaca que estaba tapando aquel cubil. La música de ambiente, alta, así como las condiciones geométricas del cubil y la acústica, impedían que cual sonido o grito se escuchase de manera alta en el otro lado…
Fue una buena noche, para qué mentir. Ambos lo pasaron bien, ella cobró su parte. Todo el mundo ganó algo, y los dos compartieron una sola cosa: placer.
Así pasó más de diez minutos, hasta que la chica se cansó de bailar en el escenario y, junto a algunas compañeras, bajaron por las pequeñas escaleras que conectaban el escenario con la sala en sí. Las chicas empezaron a rondar a los clientes, bailándoles sensualmente a su lado, incitándoles a que las tocasen un poco y les metieran billetes donde pudieran. La rubia, obviamente, fue directa hacia el albino, quien descruzó sus piernas para que la joven pudiera meterse entre ellas al bailar. Le dio la espalda, al mismo tiempo que apoyaba las manos en sus piernas y bajaba y subía, mostrándole las curvas de su torso inferior. Tan tersa, tan suave. El albino estaba deseando tumbarla en un lugar más horizontal y comerla a mordiscos. Pero no era ningún caníbal, ni ningún pervertido, solo alguien que sabía que en el placer también se podía encontrar la felicidad. Se contuvo incluso de darle un par de azotes, puesto que no era nada que aconteciera en aquel momento, además de que era en cierta parte un caballero con las mujeres, no podía tratarlas mal aunque quisiera.
—¿Cómo te llamas?—. Le preguntó a la chica con la más seductora de sus voces, mientras que un billete era sacado del bolsillo interior de su gabardina y se lo colocaba delante de la cara para que le diera su nombre. Mientras esperaba por una respuesta, no dudó en pasar la lengua por sus propios labios para humedecerlos. En conjunto con el alcohol, tener cerca a semejante amazona hacía que su boca se resecara hasta un punto en el que era necesario humedecerla.
—Stella, ¿y tú?—. Le preguntó la joven, con una media sonrisa, llevando una mano a su melena rubia y moviéndola de manera sensual para atraer la mirada del albino a su cuello. Un cuello que buscaba unos dientes para que lo mordieran. —Dante, ¿qué te parece un baile privado?—. Le preguntó, ni corto ni perezoso. Sabía cómo funcionaban las cosas en ese lugar, y en cuanto la chica se levantó y tomó su mano para llevarlo hasta una sala más cómoda, ambos sonrieron.
Atravesaron la sala agarrados de la mano en dirección a una habitación cercana. Era una extensión de la misma sala donde se habían encontrado antes, solo que el cubil estaba formado por una cortina que tapaba de la vista al exterior todo lo que aconteciera dentro, y una gran cama con forma de corazón rosa. Las paredes eran pantallas de luz de colores motivantes y de ensueño, así como realizaban formas geométricas para no aburrir al personal. Sin prisa alguna, ella le quitó la funda de la espada y la tiró al suelo, detrás de la cama, mientras le daba un empujón directo hacia esta para que el pirata cayera de espaldas.
—Guau, ¿hay prisa o qué, preciosa?—. Soltó el pirata, al mismo tiempo que le daba el último sorbo a su copa de whisky, mientras que la chica se subía encima de él y se pegaba contra su cuerpo.
—Recuerda que cobro por horas—. Le respondió, pícara y con un guiño de ojos. El albino se derritió en aquel entonces, apoyando las manos en la cama para erguirse sutilmente y terminar rozando la barbilla de ella con sus propios labios. Dio un sutil mordisco, al mismo tiempo que elevaba su mirada desde los labios de la joven, pasando por la nariz, hasta llegar a sus orbes claros.
—Entonces no perdamos tiempo—. Apoyó una mano en su espalda, y con un giro de cadera, terminó volteándola para cambiar de posiciones, ella abajo y él arriba. Se quitó la gabardina, los guantes, la camisa. Todo ayudado por ella, cuyas manos se notaba que eran expertas.
Obviamente, lo que pasó después ya lo sabéis, pero no lo váis a leer aquí, sino en vuestra imaginación. La cama empezaría a moverse, pero nadie vería nada debido a la cortina opaca que estaba tapando aquel cubil. La música de ambiente, alta, así como las condiciones geométricas del cubil y la acústica, impedían que cual sonido o grito se escuchase de manera alta en el otro lado…
Fue una buena noche, para qué mentir. Ambos lo pasaron bien, ella cobró su parte. Todo el mundo ganó algo, y los dos compartieron una sola cosa: placer.
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