One Piece Blue Sky
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Año 230 D.D.G
Tras un periodo de paz el nombre de un sujeto comenzó a surgir entre los piratas hasta hacerse de un renombre mundial… Norman D. Gold, un pirata que en un par de años alcanzó el poder suficiente para consagrarse como un emperador pirata y eventualmente para ser nombrado como rey de los piratas al haber reunido un tesoro inconcebible al cual se le otorgó el nombre de “One Piece”. Durante años el Gobierno hizo uso de todos sus recursos para acabar con este hombre per todo fue inútil y decidieron simplemente dedicarse a contener sus ataques. Gold sin embargo, no parece interesado en destruir al Gobierno o en atacar a sus instituciones, sino más bien en continuar explorando el mundo no conocido estableciendo con su poder una estabilidad no vista antaño en el mundo de la mano de todas las demás facciones. ¿Serás parte del mundo y su avance?. Seguir leyendo...
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[Fic] Mi hambriento amigo

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Mensaje por Invitado Vie Ene 13, 2017 8:48 pm

La agonía, describir el último hálito de vida exhalado de los hermosos labios de una joven mujer es como describir la sensación misma de un orgasmo, una explosión de emociones incomparables que hacían ver a la alegría o la excitación como simples placeres mortales e insulsos. Maravilloso, era simplemente maravilloso escuchar el delicado susurro de una vida tan preciosa desvanecerse en la etérea eternidad, siendo arrastrado por los ruidosos ecos de la existencia. ¿Cómo describirlo con propiedad sin ser poético y romántico? No era posible, o al menos no era posible para el gallardo caballero de dorada melena, quien sentado al borde de su cama observaba con cuidado sus manos, temblorosas por la emoción contenida, mientras que sus labios, finos y provocativos, se curvaban en una sádica sonrisa. No podía cansarse de aquello, simplemente no podía dejar de hacerlo. Su mente tenía atado cual ancla el deseo profundo de dominar, poseer y arrebatar, deseo que el sexo, por muy mórbido que fuera, no podía satisfacer en lo absoluto. Era un mal sabor de boca el que le dejaba poseer a una dama sin dejarle la marca de sus dedos alrededor del cuello, sin verla llorar y gemir de placer mientras su rostro se amorataba por la ausencia de aire en su sistema respiratorio. Esa era la verdadera esencia de la pasión, de la completa dominación no solo sobre la carne, sino sobre el alma, sobre la vida misma, inclusive la mente de quien se sintiera agradecido por ser un mero objeto de tan hermoso y manipulador caballero, quien sin saberlo, era observado desde la esquina más oscura de su habitación por una diminuta figura hecha de paja.

Giró su rostro durante un instante y sus cristalinos ocelos rebuscaron por cada rincón del lecho la más insignificante señal de movimiento, pero no hubo alguna, tan solo la frialdad inerte de un cuerpo sin vida, un cuerpo hermoso, tan pálido ahora como ningún polvo o maquillaje podría haberlo hecho, tan solo la muerte sentaba así de bien en las damas frágiles. Tan solo los hematomas con su color particular resaltaban de tal forma en tan nívea piel, cual toque de color en un lienzo blanco, así, era él el artista, la vida ausente su pincel y aquella mujer desnuda y maltratada era su obra maestra de aquella semana. Eso le había tomado encamarse con ella por tercera vez, tan solo una semana de palabras dulces, promesas falsas y besos tan profundos como intensos, de esos que gustan y luego duelen de solo recordarlos. Se veía simplemente hermosa, perfecta en su tranquila pose y ausente respiración, era un cuadro artístico, una maravilla sin parangón, simplemente encantadora, tanto como nunca pudo serlo en vida. John, como se hacía llamar este caballero bajo la excusa de no querer vivir de la fama de su apellido, sonrió por lo bajo y devolvió la mirada al frente, esta vez observando a través de la enorme ventana, y parecía que la luna, su plateada cómplice, ya satisfecha, se alejaba entre las montañas del horizonte. La luna era sabia, en ese momento, el rubio necesitaba estar completamente solo, por ende, corriendo las cortinas se detuvo en su desnudez frente al cristal de la ventana y observó las calles. Tal como las recordaba, con narices alzadas y gente supuestamente feliz con las reglas de las clases sociales, incluso los trabajadores de Briss no eran completamente pobres, pero eran tan ricos los nobles que hacían la brecha clara y obvia para observadores como el rubio de las alturas. Creyó ver algo moviéndose en el rincón, pero al ojear con cuidado no pudo encontrar nada.

Se alejó de la ventana con lentitud mientras dejaba salir un suspiro y recorría la silueta de su amante fallecida, detallando nuevamente lo perfecta que le parecía, deliciosa y apetecible, como un manjar que no se negaría en probar. En su recorrido escudriñó el cajón cercano a la mesa de noche y de él sacó una reluciente navaja que usaba para abrir cartas, por un instante pudo divisar el reflejo de sus ojos en el metal pulido y creyó haber visto la mirada de un depredador. Un leve escalofrío recorrió su espina y sus dientes cual perlas se mostraron en una sanguinaria sonrisa, pues su mente, ahora distante, recordaba los días en que había vivido con las bestias, el miedo y la ansiedad, todo ahora no más que un difuso recuerdo encajado profundamente en sus entrañas. Su forma de ser había sido determinada por sus dos vidas, una llena de sangre y salvaje bestialidad, y la otra de lujos y hábiles engaños y etiquetas. No podía negarlo, a veces el lado instintivo de su ser le ganaba, y moviendo su mano con elegancia cercenó la oreja de su concubina dejando brotar la sangre que manchaba sus pulcras sábanas.

Ahora eres perfecta. -Susurró mientras introducía la oreja amputada en su boca y comenzaba a devorarla, tragándola con aparente satisfacción. Casi olvidaba lo deliciosa que era la carne humana, casi olvidaba lo deliciosa que era devorar a una mujer. Y a medida que aquella carne se aplastaba entre sus fauces, unos pasos lentos recorrían el pasillo de lo que se suponía era un hotel casi vacío, con un piso entero alquilado por el adinerado caníbal que no sospechaba la visita de un enigmático enmascarado.
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Mensaje por Invitado Vie Ene 13, 2017 9:31 pm

Bocado a bocado las papilas gustativas de aquella suave lengua se retorcían ante el regocijante estímulo de un sabor conocido y apreciado, tal era el caso de la dulce esencia metálica que se filtraba dentro de las cavidades nasales del rubio como hipnotizante fragancia a muerte, el simple sabor de la sangre le erizaba la piel, y sus dientes, embadurnados por el oscuro color carmesí, mostraban, entre mordidas, una encantadora y sádica sonrisa. Sus brillantes ojos se cerraban, entregados al deleite específico de su gusto y con cada crujido que sus dientes causaban contra el bocado, repetía el mismo proceso de abrir la boca, sacar el diente o hueso ajeno y proceder con la rutina de repetitiva mascada, cuarenta veces como recomendaban los profesionales. No era raro, ni sorpresivo, darse cuenta que sobre un pañuelo de seda que cubría la mesita de noche, habían ya varios dientes y algunos pedazos de cartílago, al fin y al cabo, si se ponía a comer aquello, terminaría demasiado lleno para devorar los carnosos muslos de su fallecida compañera de lecho de la última semana. John no solía comer personas últimamente, no desde hace algunos años, pues su trabajo en la Cipher Pol requería ser más cuidadoso de lo normal y el más mínimo error podría conducir a una indeseada investigación, pero, al verla, tan inocente, pálida y hermosa, simplemente no pudo resistirlo por más tiempo. Su carne era blanda y suave, cual alimento de noble al que estaba más que acostumbrado, y el hecho de que los moretones se marcaran en su piel le hacía incluso más deliciosa según el paladar del rubio, quien atados los cabellos en una trenza, se chupaba los ensangrentados dedos mientras podía sentir, con hilarante gracia, la erección creciente entre sus piernas.

Para cuando su notoria erección hubo desaparecido (Y tardó bastante en hacerlo, dado la preferencia del rubio en comer primero los pechos y glúteos de sus víctimas) el rubio se hallaba con las fauces y el pecho cubiertos del rojizo tono de la sangre seca, y sus ojos, con las pupilas dilatadas víctimas de la excitación de tal manjar, se enfocaban en el torso que faltaba aún por engullir, tan pálido aún como hace unas horas y que yacía sobre el lecho junto a los largos y mordisqueados huesos de sus extremidades. Era curioso ver como se había llenado tan rápido, incluso cuando aquella mujer no tenía una cantidad de grasa considerable en su cuerpo, el degenerado miembro de la Policía gubernamental simplemente se sentía satisfecho, por lo que una nerviosa risa se escapó de sus labios mientras comenzaba a lamerse los dedos con cierta ansiedad, así hasta haberlos dejado impecables y con una gran estela de saliva. Admiró sus propias manos durante un rato como si se hallara presa de un encantamiento y su mente viajó a una época difusa y distante, donde no podía dejar que el invierno le sorprendiera y donde debía cazar en condiciones mediocres, pues él, aunque criado, no era un oso y simplemente no podía hibernar. Aquella imagen de sí mismo en sus días de infancia pareció abrirle el apetito, y cortando rebanadas gruesas de carne comenzó nuevamente a engullir a la mujer, de quien simplemente quedó la osamenta como evidencia.

Atrapó todos y cada uno de los huesos entre las sábanas manchadas de sangre y se dirigió al baño, acercándose a la tina para arrojar los huesos en ella, volviendo a poner la sábana sobre la cama pero de una forma desordenada. Allí, la aparición de una sombra pequeña moviéndose de un rincón a otro le hizo alterarse, y arremetiendo contra el diminuto animal (O al menos eso creía que era) se sorprendió al descubrir que entre sus manos se hallaba un muñeco hecho de pálida y avejentada paja, uno que estaba tan inmóvil como lo estaría cualquier juguete. Quiso olvidarse de aquello y lo arrojó por la ventana, para luego regresar a sus asuntos, un poco más nervioso de lo usual. Todo formaba parte de un plan, de una estrategia brillante que había estado planeando desde el primer segundo en que sus gemelos se hubieron topado con la tímida mirada de su ahora esquelética amante, debía pensar en todo y eso precisamente era una característica que se le daba bastante bien por naturaleza. –Estás muy sucia querida…- Susurró mientras terminaba de limpiar los huesos hasta dejarlos impecables, repitiendo la operación y llenando la tina cuantas veces fuera necesaria y hasta que el agua se tornara cristalina y sin mancha posible. Era bastante cuidadoso con ello, y si alguien pudiera observarle seguramente podría llegar a pensar que la estaba pasando bien en aquella faena, de hecho, no podrían estar más acertados. John se la estaba pasando muy bien.

Fuera del umbral sobrio y magno de aquella silenciosa puerta, se hallaba una figura encorvada, oculta parcialmente por las sombras que generaban los trémulos movimientos de una llama agitada por el viento aún a través de su prisión de cristal. De traje negro gastado y con un corazón rojo en vez de cabeza se hallaba un ser con la mirada ausente y los ojos ocultos entre las sombras impenetrables que le servían de agujeros a través de aquella máscara. Parecía recoger algo del suelo, pero allí, delante de sus falanges cargados de suturas y marcas no había absolutamente nada más que su propia sombra y así fue durante un minuto. -Tardas mucho, mi amigo... -Susurró mientras una sombra recorría el pasillo con impresionante velocidad y plantándose frente a él, ante la luz tenue de la lámpara, estaba el pequeño muñeco de paja que se subió a la palma del enmascarado, para hundirse con lentitud en su mano mientras su anfitrión se erguía en su altura frente a la puerta. -Es hora. -Murmuró antes de poner su mano derecha frente a la puerta y con la izquierda hizo girar su martillo un par de veces, el momento había llegado.
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Mensaje por Invitado Vie Ene 13, 2017 9:53 pm

Tallaban con fuerza aquellas pulcras manos a los huesos, pálidos, encantadoramente relucientes pero afectados de gran forma por el agua cálida que les había cubierto durante casi una hora en la permanente faena de limpieza intensiva por parte del elegante caníbal. Era cierto que John era un hombre determinado y cauto, muy intenso y dedicado a sus preparaciones certeras, evitando así dejar cosas al azar que podría complicarle su estilo de vida tan particular, mismo que llevaba desde hace bastantes años y que no pretendía dejar de disfrutar en aquellos momentos por el simple hecho de haber devorado a una mujerzuela medianamente fácil. El sol amenazaba con mostrarse cuando repuntaba el alba, entregando sus dorados y veloces rayos a la calidez de una mañana que aún no llegaba pero que el rubio pudo adivinar con tranquila eficacia, simple, con su habilidad para la navegación y climatología, con el andar de la luz solar luchando por la supremacía del firmamento contra la intensa noche pudo suponer que eran un poco más de las cuatro y treinta y tres minutos de la mañana. -Muy bien...- Susurró apenas mientras el fulgor oro del rey astro apuñalaba de a poco al vientre oscuro de la noche y una vela luchaba contra el viento iluminando la cama, cubierta del carmesí seco de una noche desenfrenada y que servía, ahora, como simple evidencia de su culpabilidad. Sin embargo el plan era bastante simple y requeriría de parte del caballeroso y encantador hombre un poco más de fuerza y menos de astucia pues, el lavar aquellos huesos con tanta fuerza y humedad no era simplemente por dejarlos pálidos, sino por mermar su capacidad de resistencia a los impactos, cosa que resumía muy bien el complejo plan que tenía entre ceja y ceja.

Se movió hasta la cama y tomó las desaliñadas sábanas ensangrentadas que había dejado cuidadosamente sobre estas hace casi una hora cuando aún era de noche y la luna se elevaba sobre el firmamento, y arrastrándolas al baño las dispuso sobre el suelo dobladas de una forma bastante organizada. Uno por uno recogió los huesos y los posicionó estratégicamente sobre la tela doblada y algunos cruzándose por encima de otros, volviendo a cubrirlos con el otro lado de la tela hasta que hubieron quedado en medio de ambos trozos de sanguinolenta cubierta. Observó desde su ahora erguida posición lo que tenía frente a sus nobles pero maliciosos ojos, y con una sonrisa cargada de encanto volvió a poner de rodillas, y apretando las telas contra los huesos de nueva cuenta los juntó aún más en una especie de amarre ajustado. Una vez estuvo allí de nuevo, pudo ver con el borde del ojo la diminuta figura de paja tirada en la puerta del baño, pero adjudicándolo a su excitación e imaginación, continuó su labor, cerró su puño derecho con suma fuerza, marcando las frondosas y agitadas venas marcadas en su piel, y disponiendo de su fuerza con completa libertad aplicó un poderoso golpe que hizo crujir a muchos de los huesos que tenía bajo aquellas telas, repitiendo el proceso un incontable número de veces y hasta que sus manos se encontraron ligeramente magulladas a cambio de la eliminación radical de la osamenta. Sus golpes, por alguna razón, retumbaron más de lo esperado por la habitación. Golpe tras golpe se molía el blanco y débil hueso que ocultaban los atavíos del suelo, y conforme pasaba el rato las grietas se tornaron más amplias y el polvo de hueso terminaba por llenar todos los rincones de ese lugar al que se supone la limpieza estaba completamente a cargo.

Cuando hubo culminado exitosamente la perturbadora y cruel misión a la que estaba entregado, pudo notar que simplemente el polvo de los huesos permanecía tímido bajo aquellas cobijas, así pues, golpeó de nuevo usando toda la fuerza que sus poderosos brazos recibían de su musculatura, entrenada por años en el combate, y lo centró con precisión y velocidad abrumadoras contra el mismo objetivo, causando que los pocos residuos óseos que restaban se desvanecieran en polvo que simplemente seguía la misma ruta de vuelo de siempre, flotando libre en el aire antes de caer de nueva cuenta sobre el mugroso y manchado suelo de aquella habitación cargada de malos presagios y evidencia de muerte.

El galante John no supo cuántos valiosos minutos se escurrían desapercibidos, como el sol imperaba ahora tímido en el lejano horizonte, mientras terminaba de moler a golpes cada uno de los huesos de aquella mujer, siendo cuidadoso de mantener los secos y silenciosos impactos protegidos por las telas que le servían de silenciador, por decirlo de alguna manera, y en cuanto hubo terminado, asumió, por el cielo, que no eran aún las cinco de la mañana. Como fuera, recogió como pudo todo el polvoriento ser molido de aquella dama y lo arrojó al inodoro en pequeñas partes hasta que se hubo deshecho por completo de la evidencia, entregándose ahora al lavado del cuarto de baño, quedando como único pendiente, el asunto de las sábanas ensangrentadas y el vestido de la fémina. Del otro lado del cuarto, el enmascarado se hallaba frente a la puerta destruía por la furia de su martillo, tan exacto y preciso que imitó los golpes del asesino y le permitió, por ahora, pasar desapercibido en su invasión. Sin mayores movimientos, esperó de pie, ocultando su arma predilecta, el ser descubierto por el antropófago.
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Mensaje por Invitado Vie Ene 13, 2017 10:46 pm

Diversión. Una sola palabra tan simple y sencilla como aquella era a menudo el centro completo de conversaciones, situaciones e incluso decisiones importantes que regían y destinaban un estilo de vida a la completa victoria o fracaso en la sociedad en que se desenvolviera. Los niños, en sus mentes a menudo vivaces pero desconocedoras de las misteriosas costumbres de la vida misma, terminaban siempre buscando antes que nada, la diversión por encima de todas las demás cosas, aún cuando ello suponía luego un castigo arduo pero a menudo poco perdurable en la pueril memoria. Incluso los hombres, mujeres y adultos suficientemente desarrollados tanto en edad como en intelecto, cedían, pecaminosamente y en secreto, ante las tentadoras ventosas de la diversión, pues parece que, con el tiempo, mientras más prohibidas, son más placenteras pues se cometen, como dicen, los actos más exquisitos en la privacidad del anonimato. John no era la excepción, o cuando mucho, lo era netamente a medias en todo su esplendor, pues aunque su origen salvaje le dotaba de cierta inmunidad a la vergüenza y la propia cohesión de sus actos, su crecimiento, cual hombre de alta alcurnia le garantizaba un recato (aunque fuera sumamente fingido) y una reputación tan grande como las limitaciones a su propia diversión.

A pesar de todo lo anteriormente dicho, la diversión más pasional y fuerte que podía llegar a tener el rubio que habitaba aquel manchado recinto era la que horas atrás, en medio de la noche e iluminado por la luz de la luna había experimentado mientras rodeaba con sus manos el cuello de su amante, penetrándola con fuerza y vigor mientras le arrancaba el último hálito de vida cerrando por la fuerza su garganta y por ende su respiración. Para él, todo lo referente a ese asunto resultaba en una práctica divertida y encantadora, desde el complicado y enmarañado engaño, tejido entre mentiras y guiños, seguido por el delicado y frágil andar del cortejo y culminando con la explosión, maravillosa, perfecta y erótica del acto final, tan sexual como culpable, tan maliciosa que solo recordarla le causaba una erección intensa, peligrosa y le llenaba el corazón de gozo y efervescente ansiedad. -¿Cuantas veces habrá sucedido lo mismo ya, Hammer-san? -Preguntó con un tono cargado de amor paternal y una pizca diminuta de burla mientras le hablaba, aparentemente, a su miembro erecto, pues, recordar esas cosas le hacía no solo excitarse, sino lamentarse de no haber seducido a dos mujeres en vez de una, al menos, ahora, tendría un recipiente nuevo para follar, aunque no pudiera devorarla debido a lo satisfecho que estaba su estómago. Había acabado de limpiar el cuarto de baño e incluso se había encargado de cortar en diminutos y delicados trozos el refinado vestido de su fallecida acompañante antes de lanzarlo, de igual forma y en largos intervalos por las cloacas, deshaciéndose así de la última, estúpida pero importante pieza de evidencia que existía, dirigiéndose ahora a la alcoba principal, donde los rayos del sol iluminaban ahora el firmamento, como un baño matutino de resplandor celestial, un premio incluso a su desempeño y cuidado al momento de causar sus placeres culposos. Habían veces en las que John llegaba a pensar que era en verdad felicitado por los dioses antiguos.

Se acercó a aquella cama en donde antes se encontraba la sábana cubierta del carmesí líquido vital, tan tenue ahora como antaño era la luz de la diosa plateada y nocturna, y deleitándose en la imagen que su mente proyectaba cual recuerdo, se acostó sobre el lecho para admirar el techo mientras su desnudez se acomodaba entre las sensaciones placenteras que daba la suavidad del colchón. Tomó aquella simple navaja para cartas con la que había cortado a su amante fallecida y con cuidado se la acercó a la piel para abrirse una herida más o menos leve, un corte que necesitaría un par de puntos pero en un área lejos de peligro, cerca del costillar, causando que el afluente de líquido vital corriera por su costado y manchara el lugar donde reposaba, ahora con una nueva muestra de sangre, que cubría con eficacia la anterior. No se quejó, pues el dolor que se esperaba a menudo no dolía verdaderamente, era como un simple castigo necesario por dejarse llevar por una pasión tan descuidada. Pretendía gritar, y lo hizo, pero en un tono tan diferente que incluso se aterró a sí mismo, pues la visión del invasor, oculto tras aquella tenebrosa máscara y emanando un aura tan difícil de leer le causaba un escalofrío que escaló a prisa por su espina y le complicó de gran forma el habla. Gorthaur no se movió de su lugar, pero con su índice marcado por las cicatrices de suturas se elevó a donde se supone estaba su boca salvaguardada por la carnosidad de su máscara, indicándole que guardara silencio. -Hasta los cuidadosos cometen errores... -Musitó mientras revelaba en su mano izquierda, una maraña de cabellos que el antropófago reconoció de inmediato y que le sembró una mueca de espanto en el rostro incapaz de disimularla. John quiso hablar, pero el movimiento del enmascarado, acercándose al de largas hebras doradas le hizo ponerse en alerta, apuntándole con el cuchillo con el que había cortado a la mujer y su propia carne. Gorthaur sonrió bajo su máscara, y suspirando con tranquilidad continuó su caminata hasta sentarse junto al aterrado caníbal, quien ya se hacía a la idea de morir allí mismo por algún criminal que le hubiera seguido el paso. -En estos momentos necesitas un amigo... ¿Quieres ser mi amigo? -Preguntó ante la sorpresa del herido, y mientras la mañana se alargaba, ambos hombres charlaban, se conocían, y con un mechón dorado y largo entregado voluntariamente por el asesino, se hicieron amigos.

Una ventana quebrada y una figura alta ataviada con las cortinas que huía por los callejones alertaron a los transeúntes que algo raro pasaba, y entre los que persiguieron al enigmático fugitivo, hubo quienes alertaron a los que reposaban y trabajaban en el hotel. Entraron y auxiliaron al pobre rubio quien, según la versión oficial no solo fue seducido sino que atacado y robado por una vil mujer que trabajaba con un asesino de nobles y que actualmente se hallaba prófugo de una ley que le buscaba, tanto impulsada por la justicia local, enardecida ante una ofensa tal a un prestigioso hijo de Briss, como por el incentivo adicional que el adinerado Cp ofrecía por su captura. Sobra decir que la memoria del rubio estaba demasiado confundida para dar una descripción de los sospechosos, pero del atacante o de su compañera, nunca se halló nada.

John se fue de la isla horas después, a sabiendas que nunca hallarían a su víctima y que, al menos por un tiempo, su negativa a volver a Briss sería cuando menos, justificada por la población que se enterase de tan vergonzoso asunto. Había actuado de tal forma que incluso pagó a algunos oficiales (los más chismosos) para que no comentaran el que hubiese sido tan fácilmente engañado. Era un puto genio, pero uno que encima era muy afortunado... Una rara sensación le invadía al recordar a su nuevo amigo: Gorthaur, y las últimas palabras que le dijera antes de arrojarse por la ventana y ejecutar un plan brillante que tenía el enmascarado en mente. Adiós mi amigo. Te buscaré cuando necesite de nuestra amistad.
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Mensaje por Invitado Sáb Ene 14, 2017 12:50 am

¿Cuantas veces se camina sabiendo exactamente al lugar al que se va y la circunstancia que lo enaltece o destruye? Realmente hay pocas personas que son capaces de controlar absolutamente todo en su entorno como para poder saber, con exactitud, lo que va a toparse en un sitio designado, ni aún cuando haya ido cien veces se podía estar del todo seguro de lo que sea que se fuera a divisar en el punto de reunión. Gorthaur, hábil, meticuloso y ciertamente obsesivo en su más profundo e intrínseco rincón se manifestaba en el exterior como un simple y solitario espía, trabajador de alguna empresa de la que nadie sospechaba ni sabía, pues no existía en realidad, esto, en parte a su asombrosa capacidad de ser invisible para aquellos que él no quería que le vieran, y en otra parte por el sobrio traje que cubría su cuerpo en casi la totalidad de sus días, con leves excepciones, las cuales agradecía con una cómoda y personal pijama o ropa deportiva, para pasar un rato en las solitarias playas donde a menudo, abundaban viejos amigos que le reconocían por su ahora secreta identidad como el amable joven Annatar. Pensar en ello le hizo sonreír por un instante, y dando el último paso fuera de la empedrada calle, comenzó a sentir la suavidad del camino de tierra, ese que con una u otra elevación, surcaba la montaña en su ascenso, en dirección al mejor punto para cazar y acampar, o en este caso, para observar un poco el mundo, a su manera personal.

Como cada vez que entraba en una isla que no conociera o que no hubiera visitado en algún tiempo, se entregó algunos minutos a la observación, tanto de sus ojos como de los muñecos de vudú que surgían de su cuerpo y se repartían por los alrededores hasta la distancia máxima, revisando aquí y allá, trayendo cuanto papel escrito y cosas curiosas hallaran. El clima, la vegetación, las razas de personas, animales y demás, casi todo era preciso a lo que recordaba de su última visita por lo que no hubo necesidad de reemplazar la información en su mente, sino simplemente agregar detalles, cosa simple pero que le daba cierto aire de tranquilidad a un hombre obsesionado con conocer el mundo. Tomó asiento bajo la sombra de un árbol torcido y contempló al rey astro alzarse en el cielo, ya eran casi las nueve y parecía que los ánimos de atraparle habían menguado, pues muchos eran los navíos que habían zarpado y los rumores de que el asesino y la prostituta habían huido al mar se extendieron mejor que una noticia impresa en el periódico oficial. Cerró sus ojos y se concentró en sus muñecos, que entraban por turnos de uno en uno a su cuerpo, y a través de ese vínculo, observaba a través de los ojos de aquellos a los que sus figuras de paja estaban ligadas.

Pescadores que hablaban de la mala y buena fortuna en algunas aguas e islas, de tormentas y bancos enormes que se juntaban por la temporada, y de vez en cuando comentaban algo sobre piratería y buques. Un par de bribones que discutían por monedas, en islas tan distintas que parecía una coincidencia increíble, y que veían los movimientos de cartas y las bolsas de dinero que pasaban entre corruptas manos. Un marine, muy amable, que yacía tumbado con la vista clavada en su abdomen, donde una mancha roja se extendía por su uniforme, apenas cubierta por la mano que aplicaba presión, era una pena, pero la visión de refuerzos animó tanto al herido como al enmascarado que veía a través de sus ojos, así como un rápido vistazo a un letrero le dejó conocer el lugar donde se formaba la riña. -Algún día pagaré su generosa información, amigos míos... -Musitó mientras abría los ojos y suspiraba, como cansado, y luego, de nueva cuenta, volvía a sumirse en ese raro trance al que estaba ya más que acostumbrado.

La imagen ahora la formaba aquél sujeto, el rubio antropófago, ahora amigo suyo, parte de un cuerpo del Gobierno Mundial que para nada tenía situaciones emocionantes o grandes méritos y medallas como sucedía en la marina. Y su mente creaba preguntas. ¿Por qué había elegido este empleo? y es que, entre los ridículos uniformes de la marina y los sobrios trajes del Cp, no había duda alguna del cual elegir, además del hecho de que, en cualquier situación, se debía procurar estar del lado del ganador, siendo el Gobierno Mundial el ganador absoluto en estos días de aparente paz y quietud incipiente. Era curioso, por alguna razón estos tiempos estaban tan libres de piratas que parecían haberse mudado todos a la Grand Line, un paso más adelante del afamado y legendario tesoro, olvidándose de los saqueos, la violación a campesinas y robo de ganado, típicas acciones de zagales envalentonados pero carentes de un valor significativo como seres humanos o contrincantes. ¿Por qué entonces comerse a una doncella en un lugar con tanta presencia de Marines? Quizá la locura era un punto viable, pero lejos de ahondar más en el problema y las dudas, el enmascarado decidió observar.

El rubio se hallaba ahora en un navío, y sostenía en sus manos una carpeta con algunos documentos que leía, y que parecían ser su nuevo trabajo, en dirección a una isla que Gorthaur conocía bien. Su misión en ese lugar era la de revisar una vieja antena de transmisión que el CP había dejado en tan pacífico lugar hacía un par de años y que últimamente estaba presentando algunas fallas a nivel operativo. No sabían si los Den Den Mushi se habían ido o habían sido hurtados de su lugar, e incluso la sospecha de que los feroces vientos recientes hubieran alterado la dirección de la antena parecía una teoría sumamente viable, como fuera, en el reporte nada parecía seguro y debía con paso de vencedores, acercarse al poblado durmiente y tranquilo de aquella pacífica isla para averiguarlo.

-Este mundo está condenado...- Susurró para sí el rubio que alzando el rostro iluminaba su clara tez con los rayos del sol que se escurrían por la ventana de su camarote, respondiendo al astro con una sonrisa larga y tenebrosa, como si se burlara de la luz. Faltaba poco, quizá una hora o menos de viaje para entrar al territorio marítimo de aquella isla, y hasta ese momento, el enmascarado observó. Abrió sus ojos y se levantó, encaminándose ahora hacia el lado opuesto de la isla para irse de la forma más discreta posible, y despojándose de su máscara disfrutó de la luz del sol en su sonriente rostro, mientras que entraba al pueblo y se dirigía, con animosa determinación, a visitar a un viejo amigo suyo en la isla sin ley de los Blues. -Aún no lo está, Camarada. Aún no estamos condenados... -Susurró antes de dirigirse al puerto.
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