One Piece Blue Sky
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Año 230 D.D.G
Tras un periodo de paz el nombre de un sujeto comenzó a surgir entre los piratas hasta hacerse de un renombre mundial… Norman D. Gold, un pirata que en un par de años alcanzó el poder suficiente para consagrarse como un emperador pirata y eventualmente para ser nombrado como rey de los piratas al haber reunido un tesoro inconcebible al cual se le otorgó el nombre de “One Piece”. Durante años el Gobierno hizo uso de todos sus recursos para acabar con este hombre per todo fue inútil y decidieron simplemente dedicarse a contener sus ataques. Gold sin embargo, no parece interesado en destruir al Gobierno o en atacar a sus instituciones, sino más bien en continuar explorando el mundo no conocido estableciendo con su poder una estabilidad no vista antaño en el mundo de la mano de todas las demás facciones. ¿Serás parte del mundo y su avance?. Seguir leyendo...
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Mensaje por Invitado Miér Ene 11, 2017 11:58 am

#Capítulo II ; Lone Digger
Miqueot , Villa Vino || 10:30am

Una semana al menos había pasado desde lo de la isla Sandy, queriendo pensar que solo iba a quedar como un grato recuerdo y no como situaciones que tendría que vivir tras día a día. ¿Será que su cabeza valdría algo en esos momentos? Lo desconocía totalmente, pero estaba metiéndose directamente en la boca de los lobos yendo justo a Micqueot. Isla conocida no solamente por sus famosos vinos y viñedos que se extienden por casi toda la superficie de dicha isla... también en la pequeña villa a la costa de esta se encontraba una taberna conocida para muchos cazadores, algunos inclusive más poderosos de lo que deberían ser para encontrarse aún en los Blues; ¿pero acaso le importaba eso al albino?
¡Bah! Por favor, ni que fuera un cobarde, carente de agallas que solamente pasa escondiéndose entre las sombras para no ser hallado por la marina u cazadores a los cuales no les importaría decapitarle primero solo para sentir un poco más de gozo al llevarle para tomar su recompensa. Afortunadamente no fue mucho el tiempo que tuvo que esperar para llegar a Micqueot, hacía tanto que no pisaba aquellos terrenos que era difícil no tener algunos recuerdos. Sentía la incesante necesidad de visitar a su padre, esperando que de una vez y por todas a quien le parió directamente le hubiera entrado una especie de enfermedad incurable y haya muerto de la forma más dolorosa posible.

Ugh... demasiado odio, así no... Adam, así no. — susurró.
Hablaba consigo mismo en un tono de voz suave, renegando rápidamente con la cabeza. Si quería tener un momento de paz al menos luego de todo lo sucedido en aquella isla calurosa y desértica, debía tomarse las cosas con mucha calma, hasta parecer una persona diferente si era necesario para lograr ese pequeño deseo. ¿Cómo estaría su padre, se habría reencontrado de nuevo con viejos compañeros de su banda, o se habría vuelto un viejo ermitaño encerrado siempre en su mansión? Cual fuera el caso, llegar a Micqueot era lo primero y más esencial, todo lo demás estaba seguro que vendría por si solo; llegando al puerto ya podía ver ciertas mirada, algunas conocidas y con recelo, otras nuevas yt que se preguntaban por qué los demás miraban con tanto resentimiento al albino. En realidad, este nunca había hecho nada para ganarse el odio de la gente... Oh, bueno, sí. Ser hijo de un antiguo pirata reconocido en los Blues, y tener de madre a una vieja harpía de los cojones. Claro que así cualquiera odiaría al retoño que saliera de su vientre, cría cuervos y te comerán los ojos dice un dicho; apenas llegó a puerto, ancló y ató su bote de dos velas luego de subir estas a uno de los postes que conformaban al puerto. Lo dejó lo suficientemente bien sujeto como para que no se fuera con la marea.

Adam bajó del bote, con el pequeño bolso al hombro de siempre, emitiendo un suave y profundo suspiro mientras miraba todo a su alrededor. Algunas cosas habían cambiado desde la última vez que puso pie en aquella isla, y vamos que sí la había echado de menos. Bueno... no tan así, la verdad es que la única razón por la que seguía viniendo era por su viejo, sino directamente ya hacía años que se habría incluso seguro que olvidado de la existencia de esa isla en el North Blue. Volver a su isla natal siempre le traía recuerdos, afortunadamente más buenos que malos, pero siempre los peores sopesaban en sus memorias lo suficiente como para obligarle a sacudir la cabeza y así intentar al menos sacarse esos pensamientos de la mente.
Es bueno estar de vuelta... — murmuró.
Sonreía de medio labio, un tanto confianzudo. Afianzó el agarre por la correa de su bolso acomodándolo sobre el hombro izquierdo y comenzó a caminar con destino a la taberna cercana en la Villa Vino. No era buen lugar para comenzar su 'recorrido' por Micqueot, pero vamos... que necesitaba algo para hidratarse y ya su cantimplora estaba vacía luego de un largo recorrido entre mares. ¿Quién lo diría? Luego de tantos años, volver hasta allí; el camino no fue extenso por suerte, llegando a dicha taberna en un pispás. Estando frente a las puertas, gente le pasaba por un lado, mirándole extrañados como si dijeran: "¿Y, vas a entrar o te vas a quedar ahí a mitad de camino?" ... Obviamente, Adam entró, sin mucho más pensarlo. Echándose a la suerte básicamente aunque su recompensa aún fuese ínfima, casi que ignorable se podría decir.
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Mensaje por Invitado Miér Ene 11, 2017 3:02 pm

Su viaje en un barco. Era tanto extraño como sobrecogedor. El mar era más grande de lo que jamás se hubiese imaginado. Nunca pudo ni siquiera vislimbrarlo tras los árboles, puesto a que siempre acababa pillado por algún monje. Se quiso acercar muchas veces a la ciudad, pero claro, el templo no parecía estar muy cerca de ninguna. Se frotó las manos mientras saltaba de alegría. Había rezado más de lo necesario a que Buda no dejase que el barco se hundiera en el agua. La habían dicho que era muy diferente nadar en el río donde estaba acostumbrada, a nada en el mar. Se mareó cada vez que intentaba mirar la inmensidad azul. Era un tanto hipnótico, sin duda alguna. Además, se encontraba en ayunas. Desde que había dejado Swallow, no había ingerido nada que le pudiera dar fuerzas, aunque tenía un plan. Por los cuentos de su maestro, la gente de la gran ciudad de hecho daba comida a los monjes, para que estos rezasen por ellos. Llegar a una ciudad era algo clave, y realmente esperaba que aquel barco la dejase en una ciudad.

Miqueot se extendía de manera vasta ante su vista, aunque claro que tuvo que preguntar a uno de los tripulantes para saber el nombre y algunos datos sobre aquella isla. ¿Porque Miqueot? Porque al principio parecía que tenía que conseguir algún tipo de token para poder entrar a los barcos, y era muy difícil para ella. Segundo, porque estaba lleno de gente diversa, y se le hacía un poco raro. No se acostumbraba a eso aún. Y tercero, aquel barco parecía fácil colarse en el interior. Hasta llegara tierra firme, no tenía ni idea de donde se encontraba, o donde viajaba. Seguramente el mar tenía un nombre, seguramente el barco tenía un nombre. Ni idea. ¿Pero que más importaba eso? ¡Estaba en Miqueot! Nunca había visto otro sitio más que su isla, al menos no que ella supiera. La ciudad de Miqueot, como ella pensaba, se veía linda y ocupada, así que, con pasos rápidos y sin ninguna otra pertenencia que su vestimenta y su larga bufanda, miraba a izquierda y derecha para ver cosas interesantes pero, de las cual no podía preguntar a nadie. No quería parecer como una loca desquiciada, y la verdad es que su estómago rugía de una manera increíble.

A medida que caminaba, veía muchas casas abiertas llenas de gente, y esperaba que una de esas casas sea de comida. Entraba en cada una y miraba a su alrededor, susurrando un suave "no" mientras que los dependientes se quedaban boquiabiertos con su comportamiento . Tienda de juguetes, de ropajes, de brebajes extraños. Había entrado en todas hasta que, de hecho, llegó a una casa grande, llena de gente, donde el olor de comida y vino dulce era persistente aún desde la entrada. Sonrió ligeramente, poniendo una mano sobre su estómago. Estaba acostumbrada a morirse de hambre mientras se pasan días rezando o incluso mientras era castigada, aunque siempre prefería los castigos físicos sobre los ligados a la comida realmente. Estar hambrienta no es algo que a ella le gustaba, en realidad lo detestaba. Y tanto lo detestaba que simplemente se sentó a una mesa y espero a que le ofrecieran comida. Kotori no parecía un monje ni de lejos, y menos con la mitad de sus extremidades de metal, pero sólo pensaba que alguien la quisiera ayudar.

Una mujer de cuerpo robusto y faldas largas se le acercó. - ¿Qué quiere comer?- su cara no parecía muy amistosa, y su blusa dejaba ver mucho más de lo que debería, pero eso no le importaba a la rubia. Su estómago rugía y no tenía tiempo para andarse de quisquillosa. - Carne, pan, tartas o algo dulce y un vaso grande de vino muy dulce. - sus ojos azules brillaban con intensidad solo de pensar en lo mucho que comerá hoy. Además, pensaba pedir más para llevar, así no se moriría de hambre en el barco ya. No importaría si tenía que rezar desde hoy hasta mañana por la mujer, o por la casa en la cual se hallaba. Lo haría sin problemas.

La comida no tardó en llegar, y la muchacha le hincó el diente enseguida. Comía como si jamás hubiese visto comida en su vida. Los huesos se amontonaban a su lado, no siempre podía comer carne en el templo, y mucho menos tanta. Con las mejillas hinchadas, daba unos sorbos al vino dulce, para que la comida sentara bien. Nunca había probado un vino tan dulce y sabroso, seguramente este sería su lugar favorito de la isla. Después, preguntará si se puede quedar a pasar la noche, la gente reía y se divertía, pensaba que era un buen sitio. Al comerse todo, y con los platos ya formando una pequeña torre sobre su mesa, se levantó y se acicaló, lista para emprender un nuevo viaje. Pero tal y como hizo un paso, la gran mujer la cogió por el hombro, desde la espalda. Kotori se dio la vuelta asustada, sin saber quien podía ser, pero su cara se relajó al ver a la mujer
. - Oh, sí. No se preocupe, su alma esta en paz con Buda, y rezaré por usted a cada templo que iré durante un mes. - dijo con seguridad, tomando la mano de la mujer entre sus manos.

Por la reacción de la desconocida, diría que no creía que ella fuese, de hecho, un monje. La miró de arriba abajo, con desprecio, y alzó la mano para después apuntarla -
Mira, niña, no me hagas perder la paciencia. Paga lo que has comido y mueve tu culo sílfide de aquí. - su voz era grave, casi como la de un hombre, y su estatura imponedora daba un poco de respeto de por sí. - Soy un monje, no se preocupe, yo rezaré para ti. - explicó la muchacha, y asentó para ella misma como si eso convenciese a la mujer. - ¡Puedes ser hasta mi padre! Todo el mundo paga aquí. - cogió a la rubia por la pequeña túnica que cubría sus vendas, y se la acercó. - No necesito tus rezos, dame dinero! - el olor a podrido proveniendo de la boca ajena hacía cerrar los ojos y mostrar una mueca de asco. No era algo involuntario, por lo general estaba un tanto asustada por la reacción de la mujer, pero también confundida. No tenía ni idea de como salir de esta.
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Mensaje por Invitado Miér Ene 11, 2017 4:06 pm

Apenas entrar, ya notaba cierto revuelo que se estaba desarrollando poco a poco dentro de la taberna. Una fémina de apariencia un tanto inocente siendo agarrada por lo que podría compararse fácilmente con un mastodonte caminando en dos patas. Adam obviamente frunció un poco el ceño, renegando suavemente con la cabeza y encogiéndose de hombros fugazmente.
"Se nota que no ha cambiado en nada todo esto..." — pensó. Se comenzó a aproximar hacia aquel par hostil, mientras que todos los demás se reían mirando la escena, o directamente preferían ignorarla para no meterse en problemas. La mera presencia de Adam allí era inaudita, ¿cómo es que el hijo de un pirata osaba poner pie en ese lugar de forma tan descarada? Bueno, es Adam de quien estamos hablando... alguien desinteresado por las consecuencias de sus actos y que prefiere dejarse guiar por el viento y los latidos de su corazón que por otra cosa.
No te metas en esto, te lo recomiendo. — dijo un hombre, sabio a juzgar por su apariencia. Apestaba a alcohol pero era de esos hombres que siquiera ebrio perdía ese toque de cordialidad y sabiduría que los años le trajeron. El albino solo renegó, sabiendo cómo tratar específicamente con ese tipo de situaciones.

Déjamelo a mi, viejo... — contestó Adam. El anciano renegó un poco decepcionado.
Haz lo que quieras... — dijo el viejo en lo que se volvía a sentar, soltando el hombro del albino por el cual le había agarrado para que no siguiera sus pasos.
Adam por su lado inhaló profundo y exclamó lo siguiente: — ¡Oye, cerdo bípedo! — vociferó, llamando la atención ahora de todos, inclusive de aquella persona que yacía hostigando a la otra fémina, pidiendo un dinero que la verdad no valía la pena.
¿Cómo me has llamado? — cuestionó volteando la mirada hacia el albino, aunque aún sosteniendo de la ropa a la contraria.
Lo que has escuchado —hizo una pausa fugaz, adelantándose unos pasos más—... cerdo bípedo; suelta a la muchacha... anda, ¿te vas a preocupar por unos míseros Berries? Toma, para que dejes de quejarte. — sin titubear, el albino le soltó en la cara unos cuantos billetes y un par de monedas que la gorda, ¡bien gorda por cierto! De esas que si le ves un grano seguramente suelta más grasa por estos, empezó a recoger del suelo con cierta desesperación, abalanzándose sobre el dinero que le habían lanzado perdiendo toda credibilidad con esa actitud petulante y hostigadora que había demostrado antes.

Adam dio unos veloces pasos hasta ponerse frente a la chica a la cual habían soltado, tomándole de la túnica y acomodándola con cuidado. Enarcó una ceja y sonrió de medio labio, notándose claramente la diferencia entre sus alturas.
¿Estás bien? — preguntó Adam, mostrándole una encantadora y caballerosa sonrisa. — Espero que esa mujer no te haya hecho mucho lío por el dinero... es una avara de los cojones, no te imaginas cuántos líos me ha hecho a mi cuando venía por aquí. — agregó el muchacho. Miró cómo la mujer se levantaba, yéndose de ahí refunfuñando, con su orgullo herido pero los bolsillos llenos. No habían sido más que unos cientos de Berries, nada de lo que debiera preocuparse realmente el albino. Dinero ahora mismo era lo que menos le faltaba afortunadamente.
Tuviste la mala suerte de que estuviera la marea roja rondando por estos lares... — susurró cubriéndose la boca con la mano diestra como escudando esta para que no leyeran sus labios y solamente la contraria escuchase sus palabras. Inmediatamente soltó una suave risotada, llevándose una mano a la nuca. — Por cierto... no creo que la excusa de rezar a ... "Buda" ... sea la más adecuada, no al menos en Micqueot, te lo digo yo... que me sé todas las excusas habidas y por haber. — le aconsejó el albino, guiñando su ojo izquierdo y dándose media vuelta, con intenciones de dirigirse a la barra ya para pedir algo. Un encuentro fugaz tal vez, pero no parecía desagradable la muchacha... ¿Tal vez podría proponerle quedarse un rato más? ... Meh, quién sabe lo que le respondería ella en todo caso.
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Mensaje por Invitado Miér Ene 11, 2017 4:46 pm

La situación no parecía muy buena para Kotori, que se empezaba a sentir ciertamente incómoda por todo aquello. No es que no fuese acostumbrada a los actos de violencia y abuso contra ella, y la verdad es que los monjes se ponían muy mal cuando la descubrían robando de la despensa, pero aquella comida no había sido roba, sino dada de buena voluntad. Estaba confundida por aquella situación, y no entendía lo que la mujer se refería con pagar, si es que no se tratara de un castigo físico o un intercambio, pero el problema es que la muchacha no llevaba nada encima, más que la pulsera que había 'heredado' de alguna forma de aquella persona que la abandonó. Sabía que la pelea no era el camino, y no quería empezar a pelear ahí, pero ya se estaba volviendo demasiado pesada, su túnica estaba arrugada en su puño y su respiración hacían que le diesen pequeñas arcas. ¡Nadie jugaba con su comida! Frunció el ceño un tanto y la miró desafiante, pero justo cuando estaba por insultarla, un hombre muy alto y delgado se diferenció de la demás gente, gritando por lo visto justo a la mujer de estatura robusta, insultándola o más bien diciendo una verdad obvia.

De ahí, las cosas tomaron otro rumbo. El albino tiró al suelo una especie de tokens que la mujer se apresuró en tomar, aunque se le hacía un poco incómodo el hecho de que estaban en el suelo. Su túnica, aún arrugada, se veía acicalada por los dedos largos del nuevo desconocido, mientras que él empezó a adresarle palabras justo a la misma Kotori. ¡Por fin un buen samaritano! ¡Por fin alguien que cree en Dios, como la gente de la que su maestro le hablaba! Asentó con la cabeza pero dio un pequeño paso atrás, por si acaso. Él mencionó dinero, y cualquiera podía notar la manera en la cual ella asentaba bajo el asombro. Así que eso era lo que llamaba dinero. Suponía que era algo más... grande y brillante, ya que todo el mundo hablaba sobre ello. Podía haber tirado millones de pequeñas monedas al agua como un juego, sin saber su verdadera valor. Se parecía a los tazos con los que jugaba de pequeña.  Después, él empezó a decir cosas que no tenían mucho sentido para la rubia. Parecía que ni él se creía que ella en realidad era un monje. ¿Eran tan pocos en la isla? ¿Nunca habían visto a uno? Suponía ya que no habrían muchos templos y eso, pero tampoco era para tanto. Eso la dejó un poco perpleja, sin poder decir nada, y el hombre que la ayudó caminaba hacía la entrada sin decir nada más.

¡Espera! No podía dejar esta oportunidad. Era la primera persona que le habló aparte de esa mujer grasienta, y la había dicho, al parecer, un secreto. Marea roja. ¿Que era eso? Su curiosidad la carcomía por dentro. Había prometido encontrar los culpables de lo que pasó días atrás en el templo, y no pararía por nada del mundo. Con pasos pequeños pero rápidos, intentó alcanzar al hombre, para que este pudiese solver todas sus dudas. El albino ya se encontraba fuera cuando la muchacha se le acercó y jaló su brazo con fuerza para abajo, para que la oreja del hombre quedara a la altura de su boca. Tapó sus palabras con la mano, como si se tratase del secreto más grande la isla. No tenía ni puta idea.
- ¿Qué es marea roja? - susurró con un hilo de voz, para después separarse y mirarlo a los ojos esperando su respuesta. Kotori era una muchacha inquisitiva de por si, y ahora, en esta gran desconocida llamado "mundo", tenía montones de preguntas sin respuesta. Sus ojos azules quedaron mirando de manera insistente y expectante al hombre.
.
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Mensaje por Invitado Vie Ene 13, 2017 2:29 pm

¿Qué es marea roja?
Aquella pregunta le agarró bastante desprevenido, más que nada porque no se la esperaba proviniendo mismo de una fémina. Suponía que era joven como para saberlo, o directamente no le había sucedido nunca... ¿Tal vez no le conocía por ese término y era demasiado ilusa como para darse cuenta así tan fácilmente? De todos modos, Adam se limitó a reír y renegar rápidamente con la cabeza al detener sus pasos, volteando para ver de nuevo a la muchacha fijo a los ojos, enarcando levemente la ceja izquierda antes de volver a hablar. No estaba acostumbrado a que le hicieran ese tipo de preguntas, mucho menos proviniendo de alguien del sexo femenino. Pero a fin de cuentas, ¿quién era él para juzgar a una desconocida?
¿Acaso eres nueva por aquí? — cuestionó, prefiriendo cambiar de tema. No es que no le agradase dicha conversación por la pregunta que hizo ella, pero la verdad es que en serio prefería no hablar de dichos asuntos, mucho menos explicárselo si realmente no lo sabía y no le estaba tomando el pelo. — Por cierto, me llamo Adam... por si gustas o necesitas llamarme por mi nombre. — agregó con total tranquilidad, llevándose una mano a la nuca pensando en alguna manera de sacar a esa chica de la taberna antes de que alguien más saliera herido, no quería ocasionar problemas... no tan temprano, detestaba las discusiones a esa hora del día y mucho más por cosas que no le incumbían en realidad.

¿Te parece si salimos de este lugar? Iba a comprarme algo para beber y comer, que hace unos días ando en altamar... pero eso puede esperar, puedo hallar un mejor lugar, ¿no crees? — le proponía sonriendo de medio labio. Sin esperar mucha respuesta por parte de la contraria ya que la idea del albino de todos modos era salir de allí. Esperaba al menos que la fémina le siguiera, ya que tampoco quería estar pensando en si le seguiría el ritmo de sus pasos u se iría hacia otro lado. Cuando estuvieran lo suficientemente juntos de nuevo para reanudar la marcha, el albino simplemente se dispuso a optar por sacar un poco de conversación, para que aquel ofrecimiento que le hizo en un principio no se volviese monótono.
¿De dónde vienes? Porque por estos lados la única creencia religiosa que poseen es una buena jarra de cerveza, comida y tal vez el dinero que puedan conseguir por capturar a un pirata, pero más allá de ello... chiquilla, vas perdiendo. — dejaba en claro el albino, mientras le miraba de reojo y dedicaba una leve sonrisa burlona. Le había dado gracia aquello del Budismo, era una religión un tanto olvidada, o ignorada mejor dicho debido a que poca gente optaba por seguir una creencia y más bien preferían seguir sus propios instintos en vez de depender de una figura intangible.

Yo ... creo en mi mismo —dijo haciendo una pequeña pausa en sus palabras, sacando pecho—. Sonará gracioso, pero es así... el amor parte por casa, y si no me amo yo mismo... ¿Cómo pretendo que alguien más lo haga? — agregó, emitiendo una sonora carcajada. Prosiguió caminando como si nada, recorriendo Villa Vino de memoria, aún recordaba pasear por esos lares de pequeño, viendo cómo todos le dedicaban una mirada de recelo por él tener bastante dinero desde que tiene uso de la razón. Nunca fue un chico al que le faltara algo, todo lo contrario. A contrario de mucha gente en la isla que luchaba por el día a día, el albino había sido afortunadamente agraciado de nacer en cuna de oro.
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Mensaje por Invitado Vie Ene 13, 2017 4:33 pm

Decepcionada un poco por el hecho de que no había contestado a su pregunta, la muchacha decidió que el hombre no quería compartir más sobre aquel gran secreto. Se lo apuntaría en la cabeza para preguntar a otra persona, cuando alguien más la tendría en cuenta, claro. Hubiese querido tener a Kou cerca para preguntarle, pero solo el destino sabía cuando se iban a volver a encontrar, la verdad. El albino mencionó su nombre, y ella alzó la mano a la altura del pecho para saludar. Adam era un nombre bastante normal, lo había leído en libros y demás. - Kotori, encantada. - acotó, para después apretar con la mano metálica si es que este se atrevería a saludarla de aquella forma. - Sí, lo soy. Recién he llegado aquí hoy mismo. Nunca había salido antes de mi isla así que esto es un poco... nuevo para mi. - intentaba disculparse. En realidad Adam la había salvado de una buena, y le debía mucho, por lo cual no tenía ningún problema en seguirlo, ya que él parecía saber a donde iba. En aquel momento, la única persona que había conocido aparte de los monjes del templo era a Kou y a los marines que se encontraban acampando allá por un rato. Estaba entusiasmada de conocer a otra persona. Curiosamente, el mundo parecía plagado de personas altísimas, ya que tanto Kou como Adam, eran dignos de tomar en consideración.

Le costó algunos pasos rápidos para ponerse al mismo nivel que el hombre, siguiendo sus pasos sin comentar nada más, hasta que él abrió la boca nuevamente, comentando sobre lo extraño que eran las creencias religiosas de Kotori.
- ¡Vengo de la isla golondrina! - ahora podía decirlo con total certeza, ya que había preguntado a los marines que habían encontrado ahí. - He vivido toda la vida allá, hasta que mi casa fue destruida por uno extraños. - al parecer no pretendía esconder nada. Bueno, ella no era mucho de mentir, y, aunque la persona que había conocido ahora apenas sabía su nombre, para ella, en aquel momento, casi todo el mundo era digno de fiar. Al menos le daría la oportunidad. -Pensaba que en las otras islas aceptan rezos a cambio de comida, así dijo mi maestro. Si les comentaba que era un monje, me darían comida si rezaba por ellos. Había pensado ponerme a un lado de la calle y rezar allá, pero tenía demasiado hambre como para esperar a alguien. - explicó la situación, aunque Adam parecía bastante divertido por ello.

-Creer en uno mismo es genial. Pero creer en Dios es fundamental, porque es el quien nos creó a nosotros, por lo cual tienes que aceptar la existencia de tu creador...
- susurró con un hilo de voz. Eso estaba puesto en entredicho, y fue puesto en entredicho por la muchacha mismo, muchas veces, pero más allá de sus propias creencias, debía, y tenía la obligación como monje, pasar el mensaje más allá de cualquier cosa que a ella le había quitado las ganas de creer en Buda. - O algo así... - acotó con un hilo de voz, como si no hubiese querido ser escuchada por nadie. - ¿Dónde están los piratas? - preguntó sin perder tiempo, ya que Adam los había mencionado seguramente sabía de su existencia. - Me han dicho que los piratas son la gente mala, quiero preguntarles si saben algo sobre la destrucción de mi casa.

Con toda la inocencia del mundo, la rubia dejaba escapar toda la información, al tipo equivocado. O no. Eso estaba por verse, lo que Hella no sabía era que el hombre era uno de los piratas que tanto buscaba, aunque este no lo parecía. Se dio cuenta que, de hecho, dejó escapar demasiada información. Pensó que sería mejor retirarse por el momento, no quería ningún extraño problema ni nada por el estilo.
. - ¿Sabes qué? Muchas gracias por la ayuda de antes. La verdad es que ya he comido y bebido ahí como bien lo viste. Debo irme, pero espero que nos encontremos antes de irnos de la isla. Adiós Adam.- sonrió de lado, haciendo un pequeño gesto con la mano a modo de despedida. Le hubiese gustado encontrar de nuevo a este chico.
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